Ha nevado en las alturas de mucha España nuestra, que cantaba Cecilia con intención de denuncia. Se abren los picos blancos de las sierras sobre los azulones de los cielos rasos anunciando hielos y agua de cristalillo en los pozos de la nieve de Espuña. Hace años hubiese sido una gran noticia porque podríamos servirnos los granizados multicolores de las frutas en las humildes -entonces- localidades de la zona: Alhama, Totana, Pliego o Aledo a donde llegaba la nieve en reatas de bestias y aguaderas de esparto. Rusticidades sabrosas y olvidadas con los tiempos y las primeras neveras y después frigoríficos inventados y en ocasiones importados desde la América poderosa.

Ha caído nieve y el paisaje se hace bucólico y fotogénico, pintable. Blanco de zinc o de plata con un azul frío a la mano, el de prusia, por ejemplo. Porque la extensión de la nieve azulea en la mínima distancia; el blanco es zurbaranesco, nata retocada, marfil, nunca blanco de cal apagada. La nieve tiene textura, brillantez, color dentro de una gama rica en matices. Hay que ser fino para pintar la nieve de forma impresionista, a pequeños golpes como comas de largos párrafos; y aterciopelar la paleta sin grandes vibraciones en los pigmentos. La luz reverberará las retinas y se nos hará imposible la lejanía y la atmósfera tendrá un vaho diluyente difícil de captar.

Siempre se ha jugueteado en la nieve con alegría infantil, entendiendo sus copos como un maná de los cielos que enriquecerá manantiales en su pronto deshielo, con el primer sol que caliente. La nieve al caer desdibuja como lo hacían los grandes maestros, cualquier paisaje, adultera sus formas, simplifica, modula sus vértices, ondula las abruptas cúpulas de la tierra; engorda los planos horizontales con una nueva superficie adherida por el frío contacto; quedan al margen los enveses de las hojas de los árboles, las copas verticales, que conservan su color de invierno seco, de otoño acabado.

En el sur, en las cotas bajas, se echa en falta la ilusión de la nevada; la visión siempre mágica de la ventana por la que asomarnos para ver caer las diminutas partículas que, amontonadas, nos sorprende con sus tremendas proporciones; siempre fascina la mirada que tan poco a poco como cae del cielo, proporcione tan gran extensión de manto inmaculado. Se sueña con el espectáculo blanco y gélido, con su deslizante peligro.

La nieve nos convoca a un tiempo venidero de bienes y porvenir, por lo menos así nos lo han contado, y así hemos de creerlo.