Se dice que vivimos en un tiempo de gran condensación histórica, que atravesamos una rápida aceleración de procesos que están sentando las bases de un momento nuevo de la vida colectiva. Todos lo sentimos en nuestras propias vidas y en nuestro entorno, con más inquietud que curiosidad, pues la mutación viene acompañada del empeoramiento de nuestras condiciones de vida y de negros presagios sobre el futuro que nos aguarda.

Crece la inseguridad socialmente producida, y vemos amenazadas nuestras bases materiales €«la precaridad está por todas partes" (Bourdieu)€ pero también las simbólicas, empezando por el vaciamiento del concepto mismo de democracia. Se vuelve a citar al clásico: «Todo lo sólido se disuelve en el aire». El sentimiento resultante es una mezcla de miedo, resignación e indignación, en dosis diferentes según de quien se trate.

En muy poco tiempo hemos pasado del éxtasis del festín consumista a la psicosis de la escasez, de la quimera del pleno empleo al paro masivo, del Estado protector al precarizador, de una Europa garantía de nuestro bienestar a una instancia despiadada de poder coactivo. La sensación es que nos hemos desplazado del centro a la periferia del mundo, y que somos impotentes y muy vulnerables frente a las decisiones de los incontrolables centros de poder economico-financieros. Estamos bajo estado de shock en el nuevo auge del capitalismo del desastre que obtiene sus beneficios de explotar sistemáticamente el miedo y la desorientación de los ciudadanos (Naomi Klein).

La nueva deidad se llama ´mercados´, y su religión es fundamentalista y extremadamente cruel, exigiendo sacrificios humanos constantes. No tiene rostro ni localización definida: los mercados son Nadie, y «no hay nadie que pueda hablar con ese Nadie ni protestar ante él» (Hannah Arendt).

En España en este tránsito ha quedado arrasada la ya escasa credibilidad de la clase política y erosionada gravemente la de los medios de comunicación, pero también quedan tocados en distinto grado desde los grandes sindicatos a la monarquía, pasando por la Iglesia Católica, el poder judicial, el Banco de España, las cajas y la banca privada, la CEOE, las Cortes Generales, y hasta la SGAE. Algunos analistas señalan que lo que está muriendo por agotamiento es la llamada Cultura de la Transición, la manera de hacer y pensar hegemónica en los últimos treinta años en nuestro país. Una construcción (cultural, política, mediática) consensual, desproblematizadora y despolitizadora que ha actuado como único marco oficial admisible de convivencia y organización de lo común, que señalaba claramente de lo que se podía hablar y de lo que no. El 15-M representaría la expresión más clara de su impugnación por las nuevas generaciones, por los jóvenes a los que se les ha arrebatado cualquier futuro digno.

La crisis terminal de esta Cultura de la Transición tendría causas internas y externas de diverso tipo, pero vendría precipitada por la crisis económica y sus derivadas políticas. Finalmente lo que aparece en su base es la ruptura del pacto social que prometía cierto bienestar para las clases populares a cambio de paz social, y el cuestionamiento del sistema político en que se sostenía.

Subidos a la hegemónica ideología neoliberal, que constituye una verdadera revuelta de los ricos contra lo pobres, una lucha de clases impulsada desde arriba, los sectores económicos y políticos dominantes quieren aprovechar la debilidad de las ideas de la izquierda y de sus organizaciones y la apatía e inhibición social para reformular a la baja este pacto so pretexto de la nueva realidad económica internacional, el envejecimiento demográfico, etc., recortando derechos sociales y privatizando servicios públicos en una nueva fase del capitalismo que David Harvey ha llamado de acumulación por desposesión. La consecuencia es una fuerte polarización social y un aumento de las desigualdades, que ya se ha venido produciendo en las últimas décadas como señalan todos los estudios, con el ascensor social averiado (la educación) y dejando cada vez más gente fuera del sistema productivo es decir, empujados a la exclusión al fallar también los instrumentos públicos de inclusión y cohesión social (desechos humanos o bajas colaterales, en el lenguaje de Bauman).

Y en esto llega Rajoy. Y pretende completar el trabajo iniciado por el anterior gobierno sobre la fundada convicción de que lo que a aquél no le permitía su base social, lo puede hacer la derecha con la suya. Rajoy ha sido el líder de la oposición peor valorado de nuestra democracia, y sólo cuenta con el voto de uno de cada tres electores, pero puede presumir de legitimidad democrática cuando las referencias son los gobiernos italiano o griego, que no han pasado siquiera por las urnas. No hace falta esperar a conocer sus medidas €escamoteadas hasta ahora en una nebulosa de ambigüedad que continuará hasta que pasen las elecciones andaluzas€ para saber qué quiere y cómo lo va a hacer.

Si se renuncia a poner impuestos a los ricos €ahora más ricos que nunca€ y a combatir seriamente el elevado fraude fiscal, el abanico de opciones queda muy simplificado: se combatirá el déficit con más recortes sociales que afectarán especialmente a las clases más vulnerables. Pero así no se recuperará la economía con lo que el resultado será problemente un crecimiento de la fractura y el sufrimiento social, una nueva recesión y una prolongación de la crisis.

La única duda está en saber con cuánta oposición social se va a encontrar esta política. Serán las calles el escenario privilegiado de este combate, y no las instituciones democráticas copadas por las mayorias de la derecha. Las medidas que se esperan actuarán como gasolina sobre el incendio social. El malestar y el descontento van a siguir creciendo ahora de la mano de la reaparición de verdaderas situaciones de miseria cada vez más amplias. Si se activa con fuerza esta protesta, no habrá gobierno que la resista.