Determinados personajes, determinadas expresiones y formas de actuar, determinados símbolos, determinadas ciudades, edificios, puentes, monumentos conforman el genuino sabor americano. Desde el 11 de septiembre de 2001, faltan Las Torres Gemelas de New York. Y faltan, porque el terrorismo ha mordido —con su veneno de odio, destrucción y muerte— la Gran Manzana de Manhattan, provocando al mundo entero para probar ese bocado. Cierto que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Pero aquí no se trata de una sola piedra; son montañas inmensas de escombros, de materiales de la más diversa índole, valor y resistencia, amalgamados con los restos de miles de vidas, sesgadas por ese tremendo error y horror que es el terrorismo. Quisiera poder aliviar el desconsuelo de tantas personas que han perdido a sus seres queridos —a bordo de los aviones secuestrados, en el Pentágono o en Las Torres Gemelas— en el múltiple atentado. El recuerdo de todos los que murieron permanecerá en el alma, en el corazón, en la vida de cuantos fuimos testigos de la barbarie humana. Ese recuerdo hará eterna a prayer for American (Una plegaria por América).

De genuino sabor americano el sentir patriótico; la justicia infinita o la libertad duradera; la bandera de barras y estrellas. Y junto a ese sentir, ha vibrado el genuino amor humano que funde razas, religiones y fronteras en abrazo solidario para acoger la magnitud del sufrimiento —inabarcable— de tantas personas inmersas en la desesperanza, tristeza y confusión.

Reflexionar sobre estos acontecimientos puede ser tarea de toda una vida. Esa vida de la que debemos valernos para construir un mundo de paz y libertad. Paz que empieza por uno mismo. Libertad que exige lucha. Lucha que defiende la verdad. Verdad que necesita comprensión. Comprensión que genera amor. Amor que promete felicidad. Felicidad que requiere fidelidad a unos principios, a un compromiso, a unos ideales. Una conquista diaria que no admite demora.

Creo que hay un dicho en New York que resume la frenética actividad de la ciudad de los rascacielos: «Si te paras, te sustituyen enseguida». Parece que ha cesado el bullicio cotidiano de Las Torres Gemelas. Han parado la vida... insustituible.

Sin embargo, sobre ese vacío estremecedor han quedado impresas en el aire, miles de historias de hombres, mujeres y niños -historias de amor- que quizás no lleguemos a conocer, pero están ahí, unas sobre otras. Quizás podamos descubrir el sentido de la vida, a través de tanta gente buena que ayuda a comprenderlo pero a la que solemos acudir, sólo, en caso de incendio. Un cariñoso homenaje a los equipos de rescate, a los bomberos que cubriendo la muerte, nos ayudan a mirar al cielo y descubrir que la vida sigue más allá de los rascacielos.

Quisiera poder aliviar el desconsuelo.