Extraer es poner algo fuera de donde estaba: separar, arrancar, quitar, sacar, exprimir, vaciar. No hace mucho, acudí a un Centro de Salud para que me hiciesen un análisis de sangre por aquello de controlar el colesterol. La sala de espera para extracciones estaba repleta por un amplio abanico multicultural de pacientes —en todo su significado— pendientes del número de turno, tras haber recogido de un pequeño mostrador atendido por dos enfermeras, un vaso de plástico con el justificante de recogida de resultados y el tubo etiquetado para la muestra correspondiente. Sanidad Pública, atención ídem; ágil y correcta, pero en cierto modo despersonalizada: «Espere, pase, siéntese, cierre el puño, presione el algodón, puede marcharse». Dos consultas, de puertas abiertas, a todas las miradas atentas o indiferentes. De cuando en cuando, sacaban pequeños contenedores herméticamente cerrados para llevar las pruebas al laboratorio. Y, sin querer remediarlo, vino a mi memoria la imagen de un boticario de pueblo, mi padre, que fue analista del seguro de enfermedad. Cada día, por la mañana, acudían a su oficina de farmacia un buen número de pacientes a los que, normalmente, conocía y atendía de modo entrañable. Luego, dado el número de análisis que tenía que realizar, hacía horario extra hasta las tantas de la madrugada. El laboratorio, el microscopio, los tubos de ensayo, las pipetas y jeringas… pura artesanía.

Los tiempos tenían que cambiar y cambiaron. Las personas seguimos aspirando a lo mismo; nos gusta que nos conozcan y nos traten con cariño. Nunca podremos acostumbrarnos al trato despersonalizado y frío (aunque de todo hay), porque no somos sólo un número que espera su turno. La tecnología avanza a pasos agigantados pero eso no es motivo para perder el trato cercano necesario para no vaciar de sentido las relaciones personales y quedar abocados a un imaginario y cruel mundo feliz. Separar técnica de humanidad es arrancar de cuajo la atención fundamental que todo paciente necesita. Nunca podemos olvidar que se ha de tratar a las personas respetando íntegramente su dignidad, derechos y libertad, pero hay profesiones en las que de modo especial no se puede descuidar ni un ápice, aunque la Ley pueda amparar tal despropósito. Se empieza por no dar importancia a pequeños detalles y se puede acabar comulgando con ruedas de molino sin experimentar el más mínimo signo de atragantamiento.

La Ley del Aborto protege lo inadmisible y desampara al ser más débil. Desde el primer momento de la fecundación hay un ser humano dentro de la mujer embarazada y no una muestra de laboratorio, analizable o no, que se extrae del útero materno al tiempo que se vacía de sentido la maternidad.