Si hay algún comportamiento entre los seres humanos que esta bien valorado es el de arriesgar la propia vida por los demás. No es exactamente el caso de la mujer embarazada, pero pienso que se aproxima mucho si además nos atenemos a la historia. Siempre me ha admirado que la implicación de la mujer con la vida naciente es máxima. Es decir, la maternidad no es algo pasivo: implica unir el destino propio al de una nueva criatura durante unos intensos meses que marcan profundamente a la mujer. Es cierto que esa impronta conlleva situaciones difíciles y estresantes, pero a todas luces la maternidad supone una de las experiencias vitales más enriquecedoras: albergar, cuidar y sentir como surge, crece y nace una nueva persona. Se trata de una relación interpersonal única: tan íntima y vital para toda la sociedad -para la humanidad- que ante ella sólo puede valer la mirada asombrada y el deseo de ayudar y acompañar con sincero cuidado.

Es este un contexto, -no el único, pero sí el que pienso que algunos olvidan- que puede enmarcar el debate generado sobre la posible reforma de nuestra despenalización del aborto bajo tres supuestos. El aborto voluntario es algo que todos consideran un fracaso, un suceso que desearíamos fuera desapareciendo en nuestras sociedades. En consecuencia, no deberíamos consentir que ninguna mujer se viera abocada por condiciones psicológicas o socioeconómicas anómalas a dejar de ser madre. La maternidad es el derecho que está en juego: salvaguardarlo y potenciarlo es lo prioritario. Por lo tanto, frente al fenómeno del aborto, hoy en día es necesario modificar las estructuras que condicionan la libertad de la mujer y derribar planteamientos machistas que la empujan, ante un embarazo no buscado o imprevisto, a tomar una elección no deseada. Decisión que tristemente muchas mujeres se ven abocadas a tomar y que presentan consecuencias personales difíciles de evaluar.

Lo progresista en el actual debate sobre el aborto es impulsar una reforma en nuestro derecho, por la que la mujer no sea penada, pero en la que nadie se aproveche de la situación de desamparo y soledad en la que se encuentra en muchas ocasiones. Que no se olvide, que antes que las soluciones rápidas y pretendidamente médicas, está el derecho efectivo a ser madre.

Lo primero, pues, es estimular todos los recursos estatales y sociales para una ayuda real y eficaz a la mujer embarazada, acción que sólo ha sido realizada de modo activo, hasta la fecha, y de forma desinteresada, por la iniciativa privada. Lo que debemos lograr es hacer posible el llegar a ser madre conciliando la vida familiar y profesional de tal forma que la embarazada se percate que la presencia del nasciturus no compromete su futuro de una forma negativa. Sin este decidido objetivo político, aparte de otras consideraciones relativas al nasciturus, defender el mal llamado -porque no existe- 'derecho al aborto' se convierte en una fácil excusa. Es más, es una salida por la puerta falsa porque en el fondo deja abandonada a su suerte a la mujer negándole la solidaridad a la que tiene derecho por la situación de fragilidad en la que se encuentra.

En mi opinión hay que cambiar el rumbo, si de verdad se quiere solucionar este drama por todos reconocido. No podemos seguir insistiendo en ir en la misma dirección que hasta la fecha. Me da la impresión que no sólo estamos haciendo políticas a espaldas de la realidad de la mujer, sino que estamos imponiendo enfoques machistas que convierten en papel mojado el derecho a la maternidad de las embarazada.

Da la impresión que algunos están más interesados en difundir sus posturas ideológicas que realmente ayudar a las mujeres que demandan apoyo, ayuda y sobre todo escucha para tomar una decisión que influirá para siempre en su vida.