La advocación de la Virgen del Carmen, ha tenido, desde tiempos inmemoriales, multitud de fieles repartidos por el mundo, desde aquella aparición a San Simón Stoock, un carmelita inglés que vivió durante el siglo XIII y que fundó diferentes monasterios carmelitas por Europa. Cuenta la historia que San Simón era muy devoto de la Virgen, a la que siempre rogaba un privilegio para su orden. El 16 de julio de 1251, cuenta su hagiografía que se le apareció la Virgen llevando en sus manos un escapulario y pronunciando estas palabras: «Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera usando el escapulario no sufrirá el fuego eterno». Es a partir de entonces cuando nace la imagen de la advocación de Nuestra Señora del Carmen: el Niño y la madre aguantando el escapulario, la figura típica de dicha devoción mariana.

Por este motivo, la fecha elegida para celebrar la Festividad de la Virgen del Carmen fue el 16 de julio, correspondiendo a la fecha en que la Virgen se le apareció a San Simón Stoock. Pues bien, esta hermosa celebración que vivimos el pasado sábado en toda España tiene especial incidencia en la Región de Murcia desde tiempos inmemoriales. Aparte de su vinculación a los hombres del mar, es considerada ´Estela Maris´ (Estrella de los Mares), la Virgen del Carmen fue la patrona de los criadores del gusano de seda en Murcia. Su devoción dio lugar al nacimiento de varias campanas de auroros que, hoy en día, siguen vigentes, como es el caso de la de Rincón de Seca, teniendo en su rico cancionero numerosas salves dedicadas a esta advocación mariana. En el desaparecido Diario de Murcia, que dirigía Martínez Tornel, encontramos numerosas referencias de fiestas y tradiciones, hoy perdidas, pero que se celebraban para honrar a la Virgen del Carmelo.

Así, por ejemplo, el periodista hace alusión a las solemnes vísperas que se celebraban en «el Barrio» (el del Carmen de Murcia) y que finalizaban el día antes con un monumental «juego de fuegos de artificio» y la solemne procesión el día de su onomástica. También refiere el periódico que los pobres de Murcia tienen la costumbre de pedir sus limosnas diciendo: «La Virgen del Carmen le acompañe y le conserve la salud». En cuanto a coplas y canciones populares, en la amplia colección que recopiló el periodista de Patiño y que ofreció en separatas a sus lectores, encontramos multitud de ellas dedicadas a la devoción en la huerta a la Virgen del Carmen pero, para no extendernos más, les dejo una a modo de muestra. «Te quiero más que al vivir, más que a mi padre y mi madre, y si no fuera esto ´pecao´, más que a la Virgen del Carmen».

El Almudí, cuatro siglos de historia

El 16 de julio de 1601, precisamente el día de la Virgen del Carmen, el Concejo de Murcia mandó construir el Almudí. Noble palacio que hoy pertenece al Ayuntamiento de la ciudad y que antes, también, albergó la sede de la Audiencia Provincial. En su construcción participó, asimismo, el Santo Tribunal de la Inquisición, aportando una gran cantidad de dinero, a cambio de los dos miradores que, hoy desaparecidos, mandó construir el Concejo para que los miembros del Santo Oficio, desde allí cómodamente, pudieran presenciar los autos de fe que se celebraban en la explanada frente al cauce del río.

De esta forma, los inquisidores entraban al Almudí por la parte de atrás del palacio y lo hacían directamente desde el edificio, que el Concejo les había entregado, y que no es otro que el actual Colegio de Arquitectos y anterior sede los diarios El Liberal y Línea, en la calle de Jara Carrillo. Por una comunicación interior que se construyó y que unía ambos edificios, los inquisidores pasaban de su palacio al del Almudí para presenciar y presidir los autos de fe. Las obras que habían comenzado en 1601 terminaron diecisiete años después, en 1618, fecha en la que se inauguró y se empezó a utilizar. Una gran lápida recuerda su construcción: «Reinando en las Españas la Magestad del Rey don Felipe III, la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Murcia, mandó hacer esta obra, siendo Corregidor don Antonio de Quiñones y Pimentel, Comisario de la Orden de Calatrava, y Comisarios don Antonio Martínez Gaitero, don Juan Saavedra y Avellaneda, don Antonio de la Peraleja y don Joaquín Marín de Valdés, alguacil de la Inquisición; y don Juan Vázquez Ramírez, Jurado. Acabose siendo Corregidor don Gaspar Dávila y Valmaseda, regidor de la ciudad de Toledo, Año 1618».

Problemas con los cirujanos

En el año 1772 surge en Murcia un problema de capital importancia para la población, pues los médicos (cirujanos se les llama en las actas) se niegan a curar a nadie que presente extraños síntomas en su enfermedad o estén heridos por refriegas y tumultos sin antes dar aviso a los Justicias, con lo cual, en algunos casos, el paciente muere sin recibir asistencia. El problema es de tal magnitud que el Concejo toma cartas en el asunto. En un acta perteneciente al mes de marzo de dicho año leemos lo siguiente: «Reunido el Concejo con carácter urgente el Regidor, don Salvador Vinader Moratón, dice a los reunidos que tiene entendido que los cirujanos de esta ciudad, su huerta y su campo, no se atreven a curar a los heridos que provengan de alguna quimera o desgracia si antes dar cuenta a la Real Justicia, lo que causa una demora que ocasiona graves e imponderables daños a aquellos infelices, pues, pudiendo remediarse y curarse en pocos días, de la tardanza se agrava el estado de las heridas y aun mueren algunos a causa de una cosa leve que comienza su mal, padeciéndose lo dicho con mucho rigor en la huerta y el campo por la distancia que hay y el tiempo que se gasta en dar aviso y llevar la orden. Por tanto, pedimos que, los cirujanos, actúen con mayor rapidez y en caso de heridas graves con más precisión y que después se dé cuenta a la Real Justicia si ello fuera menester».

Madera para la torre de la Catedral

En 1774, las obras del último tramo de la torre de la Catedral de la Diócesis de Cartagena están sufriendo un considerable retraso por la falta de material para continuar su construcción. Las obras tardarían aún y finalizarían diecinueve años después con la airosa cúpula trazada por Ventura Rodríguez, de estilo neoclásico, culminándose finalmente con la linterna de la torre en 1793. Pero aquel año, la construcción, tiene que ser paralizada porque hace falta sobre todo madera para seguir con los andamiajes. El Cabildo de la Diócesis pide permiso al Intendente General de Marina de Cartagena para poder talar árboles y que se utilizaran en las obras de la Catedral ya que, en aquellos años, la madera pertenecía en su totalidad a la Armada para la construcción de buques de guerra.

El acta del Cabildo, fechada en el mes de noviembre, se expresa en los siguientes términos: «El fabriquero mayor da cuenta de las maderas que se necesitan para la continuación de la obra de la torre, paralizada por falta de maderas, y sus andamios, colocación de las campanas y conclusión del remate mayor y capiteles, según el informe remitido a este Cabildo por el arquitecto, José López, sobre el número de filas, filetas, cuarterones, colañas, ripias y tercialistas, se necesitan cortar unos setecientos pinos segureños, por lo que este Cabildo, debe escribir al Intendente General de Marina, en Cartagena, y solicitarle que de el oportuno permiso ante tan imperiosa necesidad para efectuar dicha tala de pinos en las jurisdicción de la villa de Nerpio donde se encuentran los grandes pinares y que son para uso exclusivo de la Real

Los escotes y la moda escandalizan a Belluga

Con los albores del siglo XVIII, y tras la Guerra de Sucesión, se instaura en España la dinastía francesa de los Borbones que llega a nuestro país de la mano del pretendiente al trono, Felipe de Anjou, posteriormente Felipe V. Con la corte francesa instalada en Madrid llegan también las modas de aquel país, revolucionando las que hasta ese momento se usaban en España. Se pasó de la «extrema moralidad en el vestir» de los Austrias a la libertad que impusieron las modas de París, que llegaron a nuestro país a partir de 1718, cuando la gran revolución en el vestir hizo acto de presencia en Murcia. Si antes la mujer, especialmente, se mostraba recatada y cubierto todo su cuerpo, no dejando ver ni tan siquiera los tobillos, con la moda francesa se empezaron a ver no solo los tobillos, sino también algo tan pecaminoso como el pecho que, con la moda impuesta, lo dejaba casi al descubierto con los amplios escotes de aquellos modelos dieciochescos.

Esto enfadó sobremanera al Obispo de la Diócesis de Cartagena, Luis Belluga y Moncada, quien a lo largo de su estancia en esta ciudad dictó numerosas cartas pastorales y reglas de «buen comportamiento en el vestir» para que fueran leídas en los sermones de iglesias, conventos y ermitas. Pero por mucho que el ilustre prelado se empeñara en adoctrinar a las mujeres de Murcia, estas se abandonaron en manos de la moda y dieron de lado a los encendidos sermones de los párrocos. Incluso uno de ellos, el moralista Bado, un clérigo recio y temido en Murcia, publica una obra El libro a gusto de todos o Colección de Cartas apologéticas de los usos, costumbres y modas de estos días, donde concretamente hay dos cartas, la cuarta y séptima, en las que llega a decir textualmente que «en el busto femenino que ahora se enseña sin recato puso la naturaleza un manantial de lascivia». Asimismo, este clérigo furibundo lamenta que las mujeres vayan al zapatero, donde «un hombre las manosea y toca por tobillos y piernas con la excusa de hacer zapato a su medida y que no tiene otro objeto que distraer sus manos acariciando esas partes y producir placer en sus roces». El presbítero Luis Santiago y Bado, en las citadas cartas, hacía constante alusión al pecho femenino con el que, parece, tiene fijación: «Los pechos son una causa adicional de inducción al adulterio y los pechos, antes sujetos en dolorosa pero justa prisión, hoy se ven libres para ventaja de los lascivos y simiente del pecado que Satanás utiliza para perdición de los hombres».

Pero si fuertes fueron los ataques de este clérigo a la moda femenina impuesta en España por los Borbones y su corte, no olvidamos los enfados del Obispo Belluga, que no cesaba en su lucha contra aquello que, para él y la moral, era un gran libertinaje. En su particular cruzada «contra los trages y adornos profanos de estos tiempos», llega a decir que «en la diócesis anida la grave malicia, el vicio y la perdición con unos vestidos de gran apertura al encanto femenino particularmente manifiesto en el pecho de las damas que se muestra sin recato alguno provocando a los hombres que se dejan llevar por la lascivia y el pecado de la carne».

En otro de sus discursos podemos leer: «De un año a esta parte se ha empezado a introducir en esta ciudad y obispado el descotado, en que se descubren los medios pechos, como instrumento de Satán para llevar al hombre al grave pecado de la carne. A esto y más grave aún la mujer se realza con adornos, collares y pinturas que son el continuo tropiezo de la castidad y una constante provocación e incitación a la lujuria, la fornicación y el pecado».

El Obispo también se refiere a la moda impuesta de lucir zapatos hechos a medida y confeccionados en exclusiva para las damas. Dice en sus escritos: «La muger va a la zapatería, donde con pretexto de probarse calzado, ocasiona espectáculos reprobables, pues ello supone dexarse la muger manosear por un hombre y por lo general mozo, como lo son los de estos oficios, que da rienda suelta a su lascivia y su pecado al sobar la pierna de la muger y esta dejarse acariciar tan íntimamente procurándose también su particular gozo».