Corrían las cinco de la tarde y los termómetros callejeros marcaban 34 grados en la avenida San Juan de la Cruz. A ambos lados de la calle, las sillas estaban llenas y a su espalda se agolpaban más filas de gente de pie (sobre todo en el lado de la sombra, que el sol picaba que parecía pleno verano). Y en ese momento, la banda de música comenzó a tocar y arrancó el desfile del Bando de la Huerta.

Además de la banda y de los caballistas que portaban las banderas de España, la Región y la ciudad, el desfile lo abría una carroza (el Perráneo de la Huerta) que contaba con cuatro globos terráqueos, en los que se leía una orgullosa proclama: Bando de la Huerta Internacional. Y es que este era el primer año que el festejo podía lucir el distintivo de Fiesta Turística Internacional, que abre más que nunca las fronteras de la huerta a los visitantes extranjeros.

Y así fue que entre los rostros de los murcianos, criados a dos pasos de la huerta aunque algunos no hayan salido de la ciudad, se veían también otros de muy diversos orígenes, en su mayoría inmigrantes que llevan viviendo en la Región desde hace años. Rostros de China, Cuba, Ecuador, Colombia, Rumanía, Ucrania, incluso algún senegalés mostrando orgulloso su chaleco de huertano, sintiendo la fiesta de Murcia como si la llevasen en la sangre.

Como Ibrahim Isaa, de Ghana, que presenciaba el desfile con su mujer y su hijo junto al jardín de Floridablanca. «Llevo diez años en Murcia y me parece una fiesta preciosa, muy especial. Siempre que hablo con mis compatriotas que están en mi país les cuento cosas de esta fiesta y de cómo se vive», relataba. Lo que más le gustó del desfile: «Las carrozas que recrean cómo vivía la gente antes en Murcia, la cultura antigua y la agricultura de la huerta».

Es a través de sus ojos foráneos, a través de la mirada de asombro y extrañeza de otros muchos espectadores que provienen de otras culturas, pero que también viven la fiesta como si fuera propia, cuando el Bando de la Huerta justifica su declaración de Interés Turístico Internacional.

Y así, con ese latente choque de culturas enriquecedor, el desfile partió del barrio del Infante murciano con gigantes huertanos y cabezudos con testas en forma de coliflor, morcilla, limón, tomate o gusano de seda; con los abanderados de las peñas huertanas portando su estandarte; y con las numerosas carrozas que lucían banderines con la denominación internacional del festejo.

Escenas huertanas

Las estampas de la huerta se sucedieron sobre cuatro ruedas. Apareció el monumento a la huerta, con una parcela de hortalizas a lomos de la carroza. Asomaron la cara una pareja de caracoles y media docena de gusanos de seda cabalgados por reinas huertanas. Cestas de mimbre y platos de cerámica gigantes alojaban a más jóvenes engalanadas, mientras una carroza vinícola lucía barricas de los mejores caldos de la Región, de Cartagena, Bullas, Jumilla y Yecla, junto a un enorme barril destinado a pisar la uva.

Se vieron también escenas que parecían sacadas directamente de los años 50, como un grupo de bañistas con trajes de baño decorosos dispuestos a darse un chapuzón, o una mujer que sacudía el trapo de polvo por una ventana mientras los hombres de la casa trabajaban en el pajar. Ora un horno de pan humeaba mientras en un pequeño molino se molía la harina, ora un hombre caminaba sobre una noria para sacar agua de un riachuelo. Encajes de bolillos y destilerías tradicionales parecían destinadas a traer recuerdos a los huertanos veteranos y a causar asombro entre la comunidad inmigrante. Los recién llegados, claro, porque otros como la china Xiu Li llevan más de 20 años viviendo en Murcia y son habituales admiradores del desfile, hasta el punto de que su hija lucía un traje de huertano completo.

Una de las cosas que más gustó tanto a los murcianos como a los extranjeros consultados fueron los distintos oficios que desfilaron en ciclomotores o bicicletas que contaban sus años por décadas: lecheros con sus tinajas de metal, electricistas, bordadoras, afiladores, lavanderas, criadores de conejos y un largo etcétera.

Y así, entre reinas, bailes regionales, caballerizas, carretas tiradas por burros y bueyes, tinajas cubiertas con naranjas y limones, un grupo de huertanos y huertanas con discapacidad intelectual y un rincón dedicado a la patrona, la Virgen de la Fuensanta, transcurrió un desfile lleno de colorido que, a diferencia de otros años, cerraron las carrozas de los pueblos, que repartían productos de la huerta (morcillas, chorizos, botellas de vino...) a los espectadores.

Un desfile más internacional que nunca, que contó con Los Alcázares como municipio invitado, y al que acudieron decenas de miles de personas. Allí había veteranos y jóvenes, familias y parejas, gente de campo y de ciudad... Y la mayoría murcianos, algunos por nacimiento, otros por adopción, todos por sentimiento huertano, que es de lo que se trata el Bando de la Huerta.