La ermita vieja de La Hoya sigue siendo un punto de referencia para quienes, desde mediados del siglo XX, solían acudir a ella para cumplir con sus obligaciones religiosas.

En su interior se realizaron bodas, bautizos, comuniones y la confirmación a cargo del Obispo correspondiente en cada momento. Todo ello, aparte de las misas dominicales y en periodo festivo establecidas en el calendario eclesiástico. Todavía quedamos hoy día, personas que vivimos aquellos entrañables momentos cuando el número de habitantes en La Hoya, no superaba el millar y las viviendas se podían contabilizar una a una, sin miedo a perder el orden. Muchos recordamos aún al sacerdote Ginés Cifuentes, al que los mayordomos de turno tenían que desplazarse hasta la ciudad para traerlo en moto cada vez que se celebraba una misa de domingo o de funeral. A estas últimas seguimos siendo muy dados en La Hoya por el gran respeto que profesamos a los difuntos.

El edificio de la ermita vieja de La Hoya sigue en pie, pese al tiempo transcurrido desde que cerró sus puertas para trasladar el culto hasta la ubicación actual en la calle Mayor, a principios de la década de los años 70 del siglo XX. El inmueble está ubicado en el Camino de la Ermita Vieja o Camino Viejo, como lo conocen muchos de los vecinos todavía. Se encuentra dentro de una finca particular propiedad de la familia Periago. Una de sus propietarias se llamaba Facunda Periago. Cerca de la ermita se encuentran otros parajes conocidos como Casa Castillo, Venta Vieja o el Cine Tutuvía. Se trata de un pequeño edificio de pocos metros cuadrados de superficie que a mediados del siglo XX acogía con desahogo a los feligreses que había en la pedanía, algo que actualmente sería impensable teniendo en cuenta que a fecha de junio de 2017, el número de personas que hay censadas en La Hoya es de 4.023. Se consideraba como la capilla de una finca particular cuyos propietarios permitieron que tuviera uso público. Con peso del tiempo se permitió construir a su alrededor unos muros que, al menos, servían de asiento para los feligreses, tanto al comienzo como al final de cada celebración religiosa. Entre las imágenes que guardaba su interior estaban una pieza de escayola que representaba a la Virgen María y otra a san Isidro Labrador. El lugar fue el origen de las fiestas del Sagrado Corazón de Jesús que dentro de un par de años van a cumplir medio siglo de existencia. Subida sobre una mesa se coronó a la primera de las reinas de las fiestas que tuvo La Hoya: Carmen Arnaldos Cascales.

El gran propulsor del cambio de ubicación de la ermita a una nueva iglesia, fue el párroco que sustituyó a Ginés Cifuentes. Se trata de Pedro Pelegrín Navarro que con tan solo 27 años y un Seat 600 de color verde, llegó al pueblo dispuesto a darle el verdadero impulso que necesitaba. Fue también quien promovió las fiestas patronales. Movilizó cielo y tierra hasta conseguir el dinero que hacía falta para construir el nuevo templo cuyo solar le costó 60.000 pesetas. Casi medio siglo después, ahí sigue en pie aunque con «achaques» considerables, que los responsables actuales tratan de resolver aunque con «palicos y cañicas».

La ermita vieja de La Hoya, la recordamos aún, hasta quienes fuimos monaguillos en ella, como una pequeña capilla rodeada de árboles, cerca de un brazal de aguas turbias, primero y de una canalización más moderna después, por la que discurrían las aguas para regar, cuando se podía, los sedientos campos de la zona que siempre han sufrido el mismo problema, como es la escasez del líquido elemento en una tierra próspera de la que ningún político se ha dado cuenta todavía, de que en el agua está su futuro. Lo demás lo ponen los valientes agricultores y cooperativistas que viven en ella.

En el brazal se bañaban los zagales de la época con el agua procedente de los pozos cuando las vacaciones y aquello de ir a la playa, era algo que quedaba muy lejos. Hoy los pozos siguen siendo la salvación para muchos agricultores.

La ermita vieja tenía una pequeña campana que avisaba durante tres veces a los vecinos antes de la celebración de cada misa que, normalmente, era en domingo o con motivo de las fiestas de guardar. Los cuidadores del pequeño templo enclavado a escasos metros de la estación de La Hoya, eran los mayordomos. Sin embargo los responsables de la llave eran los caseros de la finca, Francisco Navarro Manchón y María Peñas. Tanto al inicio como al final de cada misa había que pasar por su casa para que hiciera entrega de la mencionada llave.