Como no podía ser menos, y si me apretáis, era ya hora de que Molina y, principalmente, en su pedanía La Ribera, se distinguiese alguno de sus hijos por sus relaciones con la Iglesia Católica. En el mes de diciembre pasado se elevó a la dignidad de beato al joven Fulgencio Martínez García, reconociéndole su actividad católica y su muerte por ello. Justo un siglo después de su nacimiento ha sido consagrado como beato. En 1947 don Antonio Sánchez Maurandi 'el cura de San Antolín', como gustaba ser reconocido, publicó 'De la vida y del martirio de un siervo de Cristo'. En 2007 sus hermanos, José María y Juan Félix, reeditaron el librito con motivo de la posible canonización. Agregaron una nota preliminar de Francisco Víctor Sánchez Gil, vicepostulador de la causa, de la provincia francisca de Cartagena. Intervienen los P.P. Franciscanos al ser terciario de su orden, lo que ha facilitado que estos lo incluyesen en sus solicitudes vaticanas para ser considerado, no ya mártir si no con la dignidad de beato como primer paso para la santificación.

Fue el mayor de nueve hermanos de una familia de antigua raigambre ribereña y, por consiguiente, de extrema religiosidad. Nació el 14 de agosto de 1911 y a los doce años ingresó en el colegio de San José. En junio del 35 fue ordenado sacerdote por el obispo de Murcia D. Miguel de los Santos Díaz y Gomara y a poco nombrado cura de la Paca y Don Gonzalo, en Lorca.

Allí, con el entusiasmo de su juventud y la fortaleza que da la convicción religiosa, realizó una labor sacerdotal de gran empeño consiguiendo hacer de la modesta rectoría un centro social-religioso. Los serios problemas laborales allí existentes y su pretensión de adoctrinar, le llevó a crearse una fuerte oposición, pues existían focos declarados contra las actividades de la Iglesia Católica y un fortísimo paro. No olvidemos que eran años de tremolinas, rencores y odios a veces injustificados, pero que, apoyados en la precaria situación de la pedanía, tenían removidos a muchos. El resultado fue su rápido encarcelamiento en la iglesia de San Juan de Murcia, habilitada para cárcel. Su defensa de los ideales religiosos y su labor parroquial lo puso fácil a un tribunal poco exigente.

El proceso no llevó muchos días ni necesitó testigos muy fidedignos, bastaron insinuaciones para confirmar la sentencia de muerte. El proceso sumarísimo terminó el dos de octubre y dos días después se cumplió la sentencia. Su primer milagro fue la repentina curación de su hermano menor, Félix, llamado Juan (Juanico, el farmacéutico), desahuciado médicamente al padecer con pulmonía doble y meningitis, pero que, el mismo día y hora de la muerte de Fulgencio, recobró repentinamente la salud. Fue farmacéutico de Molina y ha fallecido después de una larga vida.

Fulgencio, acaso el más modesto de los religiosos locales, reposa hoy en la iglesia parroquial y viene a respaldar el orgullo de la Ribera de Molina.