Ha muerto Fidel Castro. Uno de esos hombres eternos. Sabíamos que era viejo y que no era inmortal. Pero es de esas muertes que nuestra cosmovisión no tiene previstas. Hasta que se van. Sólo me ha ocurrido algo parecido cuando nos dejó Gabriel García Márquez, para mí uno de los mayores patrones morales y periodísticos, amén de literarios.

«Condenadme, no importa. La historia me absolverá». Es la frase con la que Fidel Castro terminó su largo alegato de autodefensa en el juicio que le condenó por el fallido asalto al cuartel de Moncada, en Santiago de Cuba, que se considera el inicio claro del proceso revolucionario cubano. Para Castro la historia ya ha empezado y se reanuda el juicio en el que pronunció esta frase el 16 de octubre de 1953. Muchos sienten la necesidad de hacer público su juicio a este dirigente, con alegatos a favor o en contra o, peor, a favor y en contra. No superamos culturalmente esa dualidad de culpable o inocente impuesta en la tradición jurídica e impregnada en todas las esferas públicas.

Fidel no fue bueno ni malo, y probablemente ser ´fidelista´ sea de un análisis tan corto como ser ´anticastrista´. O probablemente no. No estoy tan interesado en dilucidar quién y cómo fue, sino qué fue Fidel Castro Ruz. Fue, sobre todo, un líder, una persona capaz de encabezar a un pueblo que le siguió para dar un vuelco en su historia, y tenía los ingredientes principales: carisma, discurso, arrojo, autoridad moral, autoritarismo y una inagotable determinación. Todo eso no hace mejor a nadie, sólo es una rara combinación de habilidades y capacidades que muy pocos han sabido mostrar en nuestra historia reciente: Adolf Hitler, Mao Zedong, el papa Juan XXIII

Fue también un revolucionario, que no es exactamente un líder de izquierdas que intenta tomar el poder para crear una situación nueva y favorable para el pueblo. Era un revolucionario en el sentido de que fue un líder desafiante, transgresor e insolente frente a enemigos mucho más poderosos que él. Y no solo sobrevivió a esta peligrosa hazaña, sino que consiguió buena parte de sus propósitos: derrocar al dictador, tomar el poder y crear una realidad nueva para su patria.

Un guía espiritual es la tercera característica que le atribuiría a esta figura que tiene otro nombre más común: un comandante. Alguien que guió a su pueblo y que aun creando una gran división en su seno (el exilio cubano) ha sido un referente moral. Reconozcamos que la fuerza coercitiva del Estado y del partido han sostenido el régimen cubano, pero tampoco nos engañemos, el castrismo ha sido un gran entramado social que ha impregnado todas las capas de la isla: millones de funcionarios privilegiados, de dirigentes locales del partido y de defensores del régimen indican que no es posible mantener un régimen durante casi seis décadas sin la participación y complicidad de buena parte de la población. El dictador Fulgencio Batista hizo un uso mucho más desmedido de la fuerza y la represión, con más medios y aliados y tuvo que hacer las maletas.

No ha sido, sin embargo, un mito. Para que una persona se convierta en un mito es imprescindible la mediación de la tragedia: Che Guevara, Mahatma Gandhi, Augusto César Sandino€ Fidel, sin embargo, logró y disfrutó del poder. Lo que me lleva a mencionar su cuarta característica: fue un mal gobernante. Construyó su régimen confundiendo los objetivos políticos con la gestión de la realidad: los ideales guían, pero no alimentan. Desafió al imperio, pero subordinándose al otro imperio. Sostuvo a su país en el soporte del enfrentamiento y el victimismo frente al poderoso enemigo del Norte, y con ello renunció en parte a desarrollar su fuerza y potencialidad propias. Su discurso era patriótico, nacionalista y basado en la independencia, pero su economía era una sucursal que se derrumbó con el divorcio de su aliado (el Periodo Especial tras la caída del Muro del Berlín). La economía centralizada olvidó la eficiencia y la distancia entre la política económica y la realidad socioeconómica alimentó la micro corrupción masiva. Había dos monedas, la nacional y la que valía; había dos economías, la oficial y la de la calle; y había dos canales de abastecimiento, el de la libreta de racionamiento y el del mercado de la necesidad, el mercado negro. Todo ello con dosis innecesarias de autoritarismo y restricción de libertades que no habrían puesto en peligro al régimen y un discurso cada vez más alejado de la vida cotidiana y de la realidad terca de los cubanos, que desmoralizaron a la ciudadanía y llenaron de argumentos a los detractores de la Revolución, que quedó inmovilizada.

Fidel fue, además de un líder, de un revolucionario desafiante y transgresor, de un guía espiritual y de un mal gobernante, una persona finalmente abducida por el poder, que confundió el liderazgo con el culto a la personalidad, se apropió de la capacidad de decisión que debe ser siempre colectiva y compartida e hizo de su sillón una razón de Estado. Todo ello, como algunos han dicho estos días para eludir el sentido crítico, con sus luces y sus sombras. Fidel ya ha empezado a ser historia y más importante que su juicio y su auto pronosticada absolución es el umbral de futuro del pueblo cubano. Pero no esperemos grandes titulares: otro Castro gobierna y como su hermano está preparando su relevo. Cuba es el país en el que siempre cambia un poco todo para seguir un poco igual. Tal vez sea esencia cubana. Y en eso, se fue Fidel. Que no acabe la diversión.