Es un viaje, un tránsito, un descenso a través de las luces y las sombras. Rocío Molina, guiada por su baile -que es «intuición y materia»-, precipita al público de Caída del cielo en el silencio, la música y el ruido de territorios desconocidos. Lo palpable y lo que se oculta a nuestros ojos se materializan en su cuerpo. «Su baile nace entre sus ovarios y esa tierra que patea, convertido en la celebración de ser mujer», explica el Teatro Circo de Murcia, escenario que la acoge esta noche con un espectáculo flamenco que ahonda en sus raíces y al mismo tiempo las enfrenta, colisionando con otras maneras de entender la escena y con otros lenguajes, en una expresión sin domesticar.