Durante el siglo XIX la población de todos los países siguió estructurada en unas clases sociales tradicionales, cuyos vértices eran: por un lado, la nobleza; y por otro, el campesinado. Pero, poco a poco, adquirieron importancia dos nuevas clases sociales: burguesía y proletariado.

La burguesía (gentes dedicadas a la industria y al comercio) se impuso en casi toda Europa y América en el plano político, económico y cultural, después de haber triunfado en las revoluciones de 1830 y de 1848. Dentro de esta clase social se pueden distinguir diferencias: en primer lugar, se encuentra la gran burguesía, constituida por unas cuantas familias, dueñas de los grandes capitales, que tienen en sus manos la economía mundial; por debajo, está el conjunto, mucho más numeroso, de la pequeña burguesía, los ciudadanos medios, dispuestos a favorecer las reformas democráticas del Estado. La prosperidad constante y aparente, basada en el capitalismo y el maquinismo, influye de forma poderosa en la vida política y social de los siglos XIX y XX, originando grandes problemas sociales e inaugurando la que se ha dado en llamar la sociedad de consumo.

Debido a estos cambios en la estructura social, la historia del vestido experimenta un profundo cambio, el fin del período victoriano y la integración de la mujer en el mundo laboral propician estas modificaciones en los modos y hábitos sociales: las levitas masculinas se acortan al igual que las faldas femeninas, la moda hace acto de presencia en esta nueva sociedad.

Destacado en el mundo de la moda regional es el nombre de Alfredo Caral. Un murciano de adopción llegado desde los madriles que trae a nuestra ciudad nuevas ideas, tanto para el hombre como para la mujer. Hombre de talento que brilló con luz propia en la Villa y Corte, en la dura competencia de su actividad profesional. Amigo de famosos y menos famosos, que invierte talento en cantidades industriales en cualquiera de los proyectos que acomete. Alfredo Caral aparenta ser un hombre frágil, craso error, pues la seriedad y fantasía de Caral se pone de manifiesto en sus trabajos, perfeccionista hasta la saciedad, tan educado como el libro de Urbanidad y tan divertido como los tebeos de Pulgarcito. Caral abre una vía en el diseño, vía accesible para la sufrida clase media, que embellece y da color a los días estivales.