Un verano con Thomas Mann... Nos faltaría verano. Hermida Ediciones, elegante y selecta casa editorial de Madrid, nos ofrece un libro único del gran autor alemán, que nos facilita un conocimiento profundo de la vida de uno de los escritores centrales de la literatura contemporánea; de uno de los clásicos europeos más versátiles y de prosa diáfana y fondo siempre revelador del alma humana en toda su complejidad.

Relato de mi vida (Lebensabriss), apareció unos años después de la muerte de su autor, Thomas Mann (Lübeck, 1875-Zúrich, 1995), y se convirtió pronto en un libro muy leído, imprescindible entre la extensa obra literaria del gran escritor, sobre el cual, tanto la editorial como el traductor, Andrés Sánchez Pascual, optaron para completar el libro la inclusión de El último año de mi padre ( Das letzte Jahr), narración de la fiel Erika Mann, la primogénita, que hasta el final estuvo presente junto a su genial padre. Mujer de personalidad y vida libre, muy contraria a la vida cotidiana de su conservador progenitor, Erika fue una activista de cualquier vanguardia, provocadora del régimen hitleriano.

Para los seis hijos de Thomas Mann, Erika, Klaus, Golo, Mohika, Elisabeth y Michael, habidos con Katia Pringsheim, hija de una rica familia judía, el autor de La montaña mágica (publicada en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial), era familiarmente conocido como El Mago (Der Magier). Con anterioridad, en los años previos a la guerra, Mann dio a conocer la breve y exquisita novela La muerte de Venecia. Y con unas pocas obras, magistrales (iniciándose como escritor con la monumental saga dedicada a su familia, Los Buddenbrook, a la edad de veintiséis años), Mann optó al máximo galardón literario, el Nobel de 1929. Su fama, ya considerable, se hizo universal.

Con el ascenso de Hitler al poder absoluto, en 1933, van cambiando las cosas en la vida de Mann y los suyos. Su esposa, hija de un judío matemático; sus hijos, en especial los mayores, están comprometidos en los movimientos anti nazi. Aconsejado por los mayores, Erika y Klaus, sus asesores en cuestiones políticas, aprovechando una gira de conferencias, se exilia. En 1938, está en California (su madre era de origen brasileño, por lo que el clima de la región le parece el adecuado a la parte exótica de su naturaleza que siempre se hizo ver en su literatura), donde residirá hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Casi cinco lustros vive en los Estados Unidos, hasta que decide retornar a Europa, en 1952, ostigado, sorprendentemente para un hombre de ideas conservadoras, por la decepción frente a la política anticomunista del país de adopción, y sobre todo por las feroces campañas del senador McCarthy, creadoreas de una auténtica persecución inquisitorial contra la intelectualidad con más talento de su historia contemporánea.

Thomas Mann se instala, ya en Europa, en Suiza, donde morirá sin haber logrado el retorno a Alemania. Erika Mann explica las dolorosas razones de su padre en su segundo exilio. Ambos relatos, el del padre y el de la hija, equilibran el puente tendido, la vida y el tiempo del autor del ciclo bíblico José y sus hermanos, comenzando significativamente en 1933 (cuando sube Hitler al poder) y concluido 1943, en el exilio americano. Doctor Faustus (1947) acaso sea la cumbre novelística manniana. Y la esencialidad artística puede que Mann la consiga en la otra de sus breves joyas: Tonio Kröger (1903) que resulta un broche precioso de la enorme monumentalidad titulada Los Buddenbrook. La última de las obras novelísticas de Thomas Mann, Confesiones del aventurero Félix Krull (1954), fue abandonada y retomada durante la vida creadora de Mann, largos años difíciles y difíciles desplazamientos.

Un verano con Thomas Mann... Una introducción a su personalidad nos resulta este Relato de mi vida.

Y, luego, seguir deleitándonos, con pasajes como el siguiente: «Nada hay más extraño ni más delicado que la relación entre personas que sólo se reconocen de vista, que se encuentran y se observan cada día, a todas horas, y, no obstante, se ven obligadas, ya sea por convencionalismo social o por capricho propio, a fingir una indiferencia extraña y a no intercambair saludo ni palabra alguna. Entre ellas va surgiendo una curiosidad sobreexcitada e inquieta, la histeria resultante de una necesidad de conocimiento y comunicación insatisfecha y anormalmente reprimida, y, sobre todo, una especie de tenso respeto. Pero el hombre ama y respeta al hombre mientras no se halle en condiciones de juzgarlo y el deseo vehemente es el resultado de un conocimiento imperfecto» ( La muerte en Venecia, págs. 99-100).