Una personalidad fascinante

Un ser extraordinario, Antonio Morales Marín. Escribo con extrema añoranza y con agradecimiento a su memoria. Fue mucho más que un autor teatral, un director, un catedrático de Arte Dramático. Su personalidad era plural y ejercía con experiencia personal y una culta inteligencia sus acercamientos a la literatura, a las artes plásticas. Hay pasajes en su vida verdaderamente fructíferos formando un equilibrio en equipo con sus hermanos, José Luis, sobre todo, también desaparecido prematuramente y digno de un estudio personalizado de sus capacidades personales y profesionales. Juntos montaron la Galería de Ar Al 'Kara, en la murciana plaza de Santa Catalina. A los hermanos Morales se debe la verdadera recuperación de la obra y el pintor Ramón Gaya, que por entonces estaba en Barcelona, después de la etapa con Juan Bonafé en La Alberca. Ellos se atrevieron a firmar un préstamo para comprar los primeros cuadros del maestro que llegaron a Murcia. Después llegó el trato personal del propio Antonio, el estudio de la Plaza de Camachos.

Todas las personas, y entre ellas los artistas, los intelectuales, tienen su música como todos los paisajes su color. Para mí, Antonio Morales también la tiene; el sabor a sal de aquella canción de Gino Paoli, Sapore di sale de los años 60. Recuerdos de la compañía creada por él, La Bella Aurelia, y sus compañeros/as de viaje teatral: Murcia, zona roja, había escrito Antonio y representado.

Impulsor de figuras insignes como su tía la pintora Sofía Morales; amigo personal de la académica Carmen Conde. En su poder guardaba y ordenaba las correspondencias de los artistas murcianos de los años 20; Joaquín García 'Joaquín' sobre todo. Su capacidad fue un lujo acreditado ante una Murcia pasiva en lo cultural. Hubiese sido un gran gestor para nuestra Comunidad, pero siempre anduvo desdeñando el primer plano que se merecía por sus conocimientos. En realidad, Antonio empezó a morir un poco cuando faltó su hermano José Luis. Se apartó de todo conservando su elegancia y su fragilidad. Fue un conversador especial, conocedor de todos los entresijos y la historia del teatro a nivel nacional e internacional.

Le adornaba, también, una accidental circunstancia que le hacía sonreír; pertenecía al árbol genealógico ilustre del escultor barroco Francisco Salzillo y Alcaraz. Antonio y su familia están en una de las penúltimas ramas de su genealogía. Reflexivo, silente, estudioso, se nos fue a destiempo quebrando una amistad y una convivencia absolutamente espléndidas. Su recuerdo se convirtió, para muchos, en un dolor irreparable.