Alberto Quiles llegaba a Nueva Condomina en el papel de extra. Nadie había reparado en su nombre. Sus treinta y tres minutos en las cuatro jornadas que se habían disputado en Liga no ayudaban a reservarle el papel principal. Pero no hay mejor arma que la sorpresa, y ayer, como cuando los griegos introdujeron su famoso caballo para conquistar Troya, Planagumá se convirtió en el gran estratega del UCAM en su asalto a Nueva Condomina. De hecho, lo primero que llamaba la atención no estaba en el césped sino en las alineaciones que adelantaban los onces elegidos para la batalla. Mientras que Sanlúcar volvía a hacer caso omiso a la necesidad de hacer cambios cuando las cosas no funcionaban, el técnico universitario revolucionaba su equipo después de una dura derrota frente al FC Cartagena.

Fue en esa hojita que sirve de aviso donde el UCAM empezó a ganar el partido. Sobre todo porque nadie quedó ajeno a lo mucho que se decía con apenas unos cuantos nombres. Ahí no estaban Kitoko y Urko Arroyo, que solo media hora antes del partido aparecían en un parte médico del que no se sabía nada. Como tampoco saltaban al terreno de juego Arturo y Marc Fernández, dos de los habituales en este comienzo liguero.

Queriéndolo o sin querer, Planagumá acababa de desestabilizar a un Sanlúcar sin ni siquiera empezar el partido, y el resto fue sencillo: celebrar los dos golazos de Quiles, el héroe de la revuelta universitaria, y contemplar en directo y en primera persona como el Real Murcia se iba haciendo un hara-kiri que cada día que pasa tiene menos de casualidad. Y es que el mejor jugador del UCAM en Nueva Condomina, con permiso del '9' andaluz, fue el propio equipo local, cuyo principal problema es no saber a qué juega, como si apartásemos a un experto de ajedrez del tablero y dejásemos las dieciséis piezas en manos de un niño de tres años. Creo que no es necesario explicarles dónde acabaría cada una, aunque posiblemente acertase más que ayer el propio preparador murcianista.

Decían los responsables granas a principios de semana que enfrentarse al UCAM era un partido más. «Nada de morbo», insistían, quitándole importancia a un rival que llegaba a Nueva Condomina apoyado por unos pocos, pero con la hemeroteca a favor -ahí estaba su victoria en 2016-, y posiblemente, como ganar o perder ante los universitarios era indiferente, los jugadores murcianistas se lo tomaron con tanta tranquilidad que al cuarto de hora no solo iban por detrás en el marcador sino que jugaban con uno menos por la expulsión de Santi Jara.

Y eso que en el minuto 5, Elady, la única novedad en el bando grana, estuvo a punto de batir a Germán en una jugada a la contra en la que combinaron Pedro Martín y Santi Jara. Pero del 'uy' murcianista se pasó a la exasperación de una grada que cada año tiene que tener más paciencia. Como en el juego en el que en cada error pierdes una pieza de ropa, el Real Murcia de Sanlúcar no tardó en verse desnudo. Solo necesitó un acercamiento el UCAM para dinamitar una línea defensiva que más que miedo da risa. Ahí estaba Forniés para abrir la puerta a Isi Ros, y por allí andaba Álex Ortiz para dibujar el camino a seguir por un Quiles que demostró, con un disparo imposible para Biel Ribas, por qué los zurdos siempre serán especiales.

Posiblemente porque se temía lo peor o a lo mejor porque no es lo que nos habían vendido, el bando grana no tardó en sumar su primera baja. Al cuarto de hora, en una acción feísima, el árbitro expulsaba a Santi Jara por una patada en la cabeza de Góngora.

Ni en sus mejores sueños podía imaginar el comienzo el UCAM. Pero, aunque restaban 75 minutos por delante y diez mil aficionados se decantaban por los granas, no costó un excesivo trabajo a los universitarios mantener su premio. Pese a que dudaron, posiblemente porque no creían que fuese tan fácil, y a que en algunos instantes el juego se volvió bronco, las ideas siempre estuvieron más claras entre los universitarios, que ante cualquier despiste escuchaban zumbar sus oídos con los gritos de un Planagumá que dio ejemplo de cómo se vive un partido desde el banquillo, de cómo se dirige un ejército en la batalla. Y sus hombres no le abandonaron en ningún momento. Sobre todo, Vivi y Víctor García, quienes demostraron que tenían la lección bien aprendida, no dando un respiro a un Armando y a un David Sánchez que no tardaron en darse cuenta que todo estaba perdido.

Maniatados en el centro del campo, sin Santi Jara expulsado y con Pedro Martín y Víctor Curto metidos en una película en la que el balón nunca les llegó, el Real Murcia gritaba auxilio y pedía ayuda, pero, una vez más, nadie lanzó un salvavidas o una botella de oxígeno desde el banquillo.

Hubo que esperar hasta el minuto 62 para comprobar que Sanlúcar seguía vivo. Como por arte de magia reaccionó para dar entrada a Xiscu por Forniés, lo que significaba dejar una defensa de tres. Bueno eso, y mantener el juego interior en inferioridad por la incapacidad de Armando y David Sánchez para contener la superioridad física y moral de los universitarios. No fue posible ver si el invento del preparador grana fue más o menos útil, porque ahí estaba Quiles para, con un auténtico golazo, dejar claro a Nueva Condomina que a partir de ahora mejor llamarle de usted. Y no fue mayor el daño del UCAM porque Isi Ros falló lo infallable cuando tenía todo a favor para rematar.

La media hora que quedaba por delante solo sirvió para ahondar en el despropósito grana, un despelote que en el que nadie fue capaz de poner cordura. Ni por bandas, ni por dentro, ni con combinaciones, ni con balones largos... El Real Murcia, un mes y medio después de iniciar la competición, solo dejó claro que tendrá mil estrellas y diez mil virtudes, pero entre ellas no está la de jugar a algo parecido al fútbol.