Hay veces que los árboles impiden ver el bosque. Y Lorca y Real Murcia lo saben. Los primeros lo sintieron en las jornadas iniciales. Los granas, aunque el marketing les obliga a mirar para otro lado, lo llevan arrastrando desde el inicio liguero. Solo 80 kilómetros separan la Ciudad del Sol de la capital del Segura, pero las medidas han sido distintas. Mientras que Xu Gembao no dudó en sacar las tijeras e iniciar la tala; en Nueva Condomina han preferido regar y abonar una enredadera que poco a poco se ha convertido en invasiva. Y, una vuelta después, ahí están los resultados. Y la clasificación. Y la imagen. Y las sensaciones. E Iñaki Alonso en su casa. Y Paco García en el banquillo grana.

El Artés Carrasco les enfrentaba. Llegaba el Lorca lanzado tras cuatro triunfos consecutivos y el Real Murcia engañado tras sumar tres puntos ante el Villanovense. Que no triunfar frente a los extremeños. Porque, se pongan como se pongan, presionen lo que presionen, una victoria es mucho más que maquillar un resultado con un gol en propia puerta.

La llegada de los fichajes invernales también ayudaban a sumar moral al cuadro grana. Ahí estaban Víctor Curto y Rayco junto a un David Sánchez que ya debutó hace una semana. Eran tantas las novedades que posiblemente ni Paco García reconocía a sus hombres. O quién se queda con las caras y los nombres a los tres días de conocerse.

Con ingredientes de calidad en uno y otro bando se presagiaba un buen plato. Si el Real Murcia se ha dado un capricho con Víctor Curto, el Lorca presume de Chumbi; si Rayco llega para meter miedo, Urko Arroyo saca sus mejores galas; si David Sánchez es el organizador grana,Julio Algar aumenta la apuesta con Bustos y Poley.

Pero tan importantes son los ingredientes como el cocinero, y en el lado grana, Paco García demostró que no llega ni a aprendiz. O esa es la sensación que quedó desde el inicio.

No salió el Real Murcia a ganar el partido. Tampoco a dominar el juego -ay, el modelo-. El planteamiento era claro. Tocaba juntar líneas, sacar músculo y aprovechar cualquier contra. Apretujaditos, como esas noches de frío en las que dormir acompañado se hace más que interesante, así se presentaron los murcianistas sobre el césped del Artés Carrasco. La idea estaba clara, frenar el poderío atacante del Lorca, y si para ello era necesario regalar el balón, pues se regalaba.

Hasta a los chicos de Julio Algar les costó entender el juego murcianista. Sus primeros minutos fueron como de sorpresa. Nadie comprendía a qué jugaba el Real Murcia. Menos, Víctor Curto y Rayco. Allí estaban ellos peleando, a la espera de que alguien les encontrase por el camino. No lo hicieron. Los pases fueron sustituidos por pelotazos. El único feliz era Wilson Cuero en el banquillo. Por un día las críticas se las llevarían otros.

Quitando esos minutos iniciales, en los que posiblemente no se creían ni lo que estaban viendo, los lorquinistas no tardaron en crecerse sobre el campo. Ni con un trivote en el que el músculo dejó poco espacio al cerebro -este también se quedó en el banquillo-, los granas fueron capaces de frenar a Bustos, Poley, Noguera y Urko Arroyo. Y si faltaban armas, ya se encargaba Pomares de trotar como un niño chico por la hierba del Artés Carrasco.

No se asustaba el Real Murcia. Sobre todo, porque eso es lo que había planteado Paco García. Esperar atrás y salir al contragolpe. Y en ese plan no estaba para nada poner en aprietos a Pina, Molo y Borja García, una línea defensiva a la que temblaban tanto las piernas que desde arriba daba la sensación que al más mínimo soplido acabaría derribada. Como en el cuento de los tres cerditos cuando el lobo se divierte destrozando la casa de paja de uno de ellos.

Hasta sin uñas tuvo el Real Murcia las mejores ocasiones del primer tiempo. Solo Dorronsoro, al que habría que mirar debajo de la camiseta para ver si de repente le han crecido alas, frenó primero a Rayco y después a Víctor Curto. Dos de los fichajes granas, que llegan, no lo olviden, para marcar goles, eran incapaces de superar a un portero que en unos segundos había pasado de ser el villano favorito de los aficionados del Artés a convertirse en el héroe que toda madre quiere para su hija.

Pero si el Lorca sintió frío no fue por el hambre del Real Murcia. Lo único que paralizó ayer el Artés Carrasco fue el gesto de Chumbi pidiendo el cambio en el minuto 37. El atacante, líder de los lorquinistas y muy activo durante los primeros minutos, tomaba el camino de los vestuarios por lesión. Los miedos de los locales, huérfanos de pichichi, solo se alargaron el tiempo que Carlos Martínez necesitó para entrar en contacto con el balón. Si no tenía ya jugones sobre el césped Julio Algar, con el catalán aumentó la apuesta.

Y ahí se acabó totalmente el Real Murcia. Sobrepasado atrás, desnudo en el centro del campo y sin plan en ataque. Solo había que ver tocar a Bustos, Poley y Urko Arroyo para darse cuenta que la balanza se desnivelaría en el momento en el que algún soldado del ejercito blanquiazul diese la orden. No hubo que esperar mucho. Solo el regreso de vestuarios. Corría el minuto 50 cuando el Lorca se puso a cocinar a fuego lento. Fue una jugada larga, que comenzó en la banda derecha y que llegó a la izquierda, todo con tranquilidad y paciencia. Carlos Martínez recibía dentro del área, intentaba caracolear a uno, pero tenía el paso cerrado; probaba con otro, pero el hueco tampoco existía, y sin posibilidad de mirar hacia adelante, no perdió el aliento. Tampoco se precipitó. Miró hacia atrás y encontró a Noguera. El madrileño sabía que mirar al frente no servía de nada, así que giró la cabeza y encontró a un Pomares que se sacó de la chistera un misil que a la vez que se colaba por la escuadra se convertía en una soga que a continuación Paco García se encargó de ajustar al cuello del Real Murcia.

Porque lo que ocurrió a partir de ese instante en el lado grana fue un auténtico despropósito. Dando validez a la frase de Di Stéfano en la que decía que «si un entrenador es bueno puede ayudar a su equipo en un 5%, pero que si es malo puede perjudicarlo en un 40%», Paco García impidió cualquier tipo de reacción. Sus cambios solo reflejaron su desesperación. Solo se tradujeron en la orden de un general que hace tiempo perdió los mandos de su ejército. Da igual quiénes sean sus hombres. Tampoco influye de la categoría de la que vengan o la experiencia que tengan. Eso solo son excusas. Simples excusas, que hasta el momento -veremos hasta cuándo- le han ido salvando.

No reforzó el Real Murcia el centro del campo para ganar una batalla que tenía perdida. Ni dio sentido al juego. Simplemente se suicidó. Entró Elady, entró Rubén Ramos, entró Isi. Seguían Víctor Curto y Rayco. Pero nada cambió. En una libreta grana sin hojas, solo quedaba agarrarse a David Sánchez y a las jugadas a balón parado. Pero esta vez no encontró el Real Murcia un Wilfred que poner en su vida.

Lo estaba viendo el Lorca tan fácil, que, como buenos vecinos, se empeñó en dar vida a los granas. Allí estaba Onwu para enviar un penalti a las nubes cuando el Artés ya estaba preparado para celebrar la sentencia.

Ni así se vinieron arriba los murcianos. Hacía falta otra chispa más. Y Paco García frotó la lámpara en busca de ideas. Y la bombilla se iluminó. A falta de un cuarto de hora para el final, la única indicación del técnico fue poner a Golobart de delantero.

No solo no se generó una ocasión, sino que el Lorca pudo vapulear en apenas tres minutos al Real Murcia. Un disparo de Juanra se marchó pegado al palo, una vaselina de Carlos Martínez se fue alto por poco y otra acción del catalán se estrelló en el poste. Pero el 1-0 fue suficiente. El Lorca sigue colíder y el Real Murcia sin pisar el play off. Será culpa de Titi, Paris Adot, Borjas Martín, Jon Iru... De cualquiera, menos de Paco.