Cuando en el verano de 2010 el expresidente Paco Gómez se vio obligado a desembolsar 7,7 millones de euros por las 7.700 acciones de las que era propietario al 100% nadie pensaba que los clubes suelen hundirse mucho más rápido que levantarse. Con el equipo en Segunda División, una temporada para enmarcar y todo el futuro por delante, el club era una entidad deportiva al alza. La entrada de dinero fluía por todos sus poros -publicidad, subvenciones, televisión, quinielas- y por primera vez en su historia, el FC Cartagena sonreía feliz y orgulloso ante un prometedor futuro deportivo y económico. Todo, como hemos podido observar más adelante, resultaron fuegos de artificio, un globo que se pinchó demasiado pronto y que provocó que la entidad cayera aún más bajo de donde se encontraba antes de alcanzar la cúspide.

El pasado martes el club albinegro comunicaba que el CSD ha aprobado el traspaso de poderes entre la empresa Sporto Gol Man y Paco Belmonte. El empresario murciano es ahora el propietario y único dueño de la entidad; el poseedor de esas 7.700 acciones que tenían un coste real y declarado de casi ocho millones de euros hace cinco años -en aquel momento se hubieran vendido por mucho más- y que, a día de hoy, su valor es meramente residual.

Tres dueños en dos años

Desde aquel 2010, por el club han pasado tres propietarios y la deuda se ha elevado hasta los cinco millones de euros, con concurso de acreedores declarado y en marcha. A Paco Gómez, quien durante años aguantó con su cartera la supervivencia de la entidad, se le fue la mano y llegó un momento en el que decidió no abrir más la billetera para nadie, excepto para los jugadores. Los acreedores empezaron entonces a crecer y el problema se fue haciendo mayor cuando la Agencia Tributaria y la Seguridad Social se convirtieron en los principales acreedores de la entidad. Nadie entonces se fió de los dirigentes cartageneristas, porque incumplían sistemáticamente el plan de pagos ideado para abonar lo que debían.

Paco Gómez, agobiado por las deudas y por la mala situación del resto de sus empresas, no vio otra salida mejor que la de vender. Se especuló que pedía un millón de euros por sus acciones, además de que el nuevo propietario asumiera las deudas. Mientras se encontraba al mejor postor dejó en manos de Cristina Bustillo la entidad y fue ésta la que inició la incesante búsqueda de comprador. Por entonces, el club debía más de tres millones de euros y los que se acercaron para ver las cuentas no vieron negocio alguno. Todos no, Javier Martínez, propietario de Sporto Gol Man 2020 pecó de osado.

Oyó cantos de sirena y se metió de lleno, tanto que el barro le llegó hasta el cuello. Si a eso le añadimos que él no tenía el dinero para aguantar una temporada repleta de gastos y que todo dependía de posibles inversores, el caso es que el coste del FC Cartagena, lejos de mejorar, decreció. Lo positivo de todo aquello fue que Martínez y su mano derecha, Javier Marco, emprendieron la decisión de llevar al club a un concurso de acreedores como único método para evitar la desaparición. Pero ellos, en su gestión, elevaron la deuda de la entidad casi un millón de euros más.

El abogado valenciano conseguía por fin liberarse de ese 'marrón' que él solito había decidido adquirir, endosándoselo a Paco Belmonte. El murciano hizo sus números, especuló con un acuerdo con los acreedores y una rebaja del 50% del dinero adeudado, pero también se encontró con otra sorpresa, una herencia recibida de la época anterior a la conversión en SAD que también había que pagar. Al final el montante global ha alcanzado ya la cifra de 5 millones de euros en facturas impagadas por Gómez y Martínez, lo que han convertido este club en una prueba de fuego para cualquier inversor que no llegue con la billetera repleta.

Atisbo de optimismo

Las deudas podrían empezar a encaminarse, el futuro a despejarse siempre y cuando el equipo genere esperanza entre los aficionados e ilusión, lo que también mueve al resto de sectores para que se invierta en él. Las acciones, tal y como comentábamos anteriormente, tienen un valor residual. El camino de vuelta debe comenzar desde menos cero, pero la confianza empieza a calar entre todos.