Cerca de 20.000 espectadores han pasado por esta XIX edición del Jazz San Javier, que, según confiesa su director, Alberto Nieto, ha sido de las más difíciles de llevar a cabo: «Del proyecto original sólo ha podido salir adelante el 70%». Del mismo modo, se siente orgulloso de haber llevado a cabo una renovación de nombres, y reconoce que ha sido un acierto sacar el jazz a la calle, una medida que piensa repetir en el XX aniversario: «Nos gustaría hacer una edición especialmente brillante y retomar algunos de los artistas que se nos han caído este año», señalando entre otros a Charles Lloyd.

Lo cierto es que esta XIX edición que acaba de concluir ha tenido momentos muy brillantes. Nieto señala las dos producciones propias del festival: Kevin Mahogany con Dado Morani y el guitarrista sueco Ulf Walkenius, y Antonio Serrano con Kirk Lightsey, mientras se deshace en elogios hacia Lars Danielsson, Keb´ Mo´, Ludovic Beier, Joshua Redman, Dorantes€ y otros muchos que podrían citarse y han hecho de esta una gran edición. Ahora a por la número veinte, que por la ilusión que hay puesta promete ser estratosférica. ¡Que no falten los medios y los apoyos a uno de nuestros festivales más internacionales! El de los aficionados, de los cinco continentes, ya lo tiene.

La última jornada del Jazz SanJavier fue una noche de puro jazz, una clase magistral en una noche de excelencia. Abrió el pianista Ellis Marsalis, venerable patriarca de la familia Marsalis. Además de ser uno de los más destacados pianistas del jazz moderno, tiene un enorme prestigio como profesor. Lo recordó el saxofonista Jesse Davis, que fue uno de sus discípulos, añadiéndose a una larga lista en la que también figuran Terence Blanchard, Nicholas Payton y, naturalmente, sus hijos Wynton y Branford. Su labor le fue reconocida hace unos días en el Jazzaldia, y al frente de su cuarteto actual, Ellis desplegó aquí toda su sabiduría musical. A todo jazz.

Marsalis encierra en sus manos la historia del género, y a sus 82 años sigue de gira con una formación de lujo: Jesse Davis (saxo alto), Darryl Hall (contrabajo) y Mario Gonzi (batería), formidable sección rítmica que compartió con Mahogani. Fue un privilegio escuchar a Marsalis y más aún teniendo en cuenta lo avanzado de su edad y que no frecuenta los escenarios europeos. El viejo Ellis creció empapándose de esa fascinante mezcla de herencia española, francesa y africana que respira Nueva Orleans. Su carrera en el jazz ha estado definida por dos palabras: ´piano´ y ´tradición´, y en sus discos y conciertos se encuentran los temas que hicieron popular el jazz. Por un buen rato nos sentimos trasladados al corazón de Nueva Orleans.

Ellis Marsalis apareció apoyado en un bastón y se dirigió lentamente al piano para empezar a tocar sin más ceremonias, serio y concentrado y buscando con la mirada la complicidad de sus compañeros, escuchando atentamente el saxo de su antiguo alumno, Jesse Davis, cuyas intervenciones despertaban el entusiasmo. Marsalis tocaba con sobriedad, buscando las notas justas para el acorde con verdadera maestría. Su técnica es intachable, atento al viejo gospel y al blues de sus predecesores en Nueva Orleans -mano derecha ocupada; izquierda constantemente apuntalando-. Nada aparatoso, pero sí muy intenso. Como pianista, Marsalis sabe fragmentar y construir una canción, y Gonzi lo aderezaba con los platillos.

Interpretar el blues -repensar la dinámica de ritmo, swing, bop- es fundamental en el arte de Marsalis. Emociona con sus composiciones originales, y su música refleja un profundo conocimiento de maestros pianistas de jazz como Nat King Cole, Teddy Wilson y Oscar Peterson. Como ellos, su swing tiene un toque etéreo y posee un ágil sentido del ritmo de baile. Marsalis no solo se encontró con un gran equipo de músicos, sino que les dejaba lucirse a menudo. Tiene ese halo de los grandes pianistas de antaño que hace reconocible el jazz.

Ellis Marsalis y su quartet echaron mano del legado de Thelonious Monk (Crepuscule with Nelly), Willard Robinson (Old Folk) y de los ritmos de Nueva Orleans en general. Al terminar, los músicos fueron abandonando el escenario, pero Ellis permanecía sentado al piano. Davis se acercó para ayudarle, pero Ellis le comentó algo y volvió a sentarse para tocar Emily de Bill Evans, que nos puso la piel de gallina. Al terminar se levantó con dificultad e hizo una reverencia al público, ofreciendo una imagen entrañable que puso en pie al Auditorio en pleno para reconocerle su sabiduría, y se marchó discretamente, como hacen los verdaderamente grandes.

Kevin Mahogany es un artista fascinante, natural e innovador en el escenario, dotado de una voz suave y profunda. Un vocalista de jazz por excelencia. Bien merecido, pues, el premio del festival. Esta fue su cuarta visita al Jazz de San Javier.

Kevin Mahogany es un barítono capaz de cantar blues como Joe Williams, hacer scat como Jon Hendricks y cantar baladas al mejor estilo de Johnny Hartman. Seleccionó unos cuantos standards de jazz (Caravan de Duke Ellington), R´n´B y soul para dar su particular visión de los mismos. Casi todo tenía un sentido del blues palpable. Su versión de Route 66 a medio swing estaba muy lejos de la satinada de Nat King Cole.

Sus músicos, un grupo all-star compuesto por el excelente pianista Dado Moroni, el guitarrista Ulf Wakenius y los músicos del quartet de Marsalis, lo seguían de cerca rítmicamente, pero dejándole espacio sónico donde explayarse. La voz de Mahogany es oscura y lustrosa. No se percibía esfuerzo; las frases se desplegaban fácilmente y con naturalidad dado su inherente sentido del swing, y tampoco mostraba esfuerzo alguno rebotando arriba y abajo en la escala.

El punto culminante de la velada llegó con la improvisación a dúo entre Mahogany y el contrabajo en All Blues de Miles Davis. «¿Qué pasa?», se preguntó volviéndose y viendo salir a los músicos; «No les han pagado», bromeaba. El bajo abría con el motivo principal y luego Mahogany trazaba espirales de melodía que se entrelazaban con las del bajo. En algún momento se aventuraban por lo desconocido, pero regresaban al tema principal para volver a inventar motivos nuevos. Lo mismo hizo luego con el guitarrista en The Nearness of You, una estremecedora balada de Hoagy Carmichael que rememoró a Nat King Cole.

Hacia el final salió Jesse Davis y le tocó el Happy Birthday. Le daban el premio del festival, era su cumpleaños y su aniversario de boda. Davis se quedó e hizo un bop parkeriano en The Coaster. Todo confluía esa noche para una gran despedida de la XIX edición. Uno de esos conciertos que se quedan clavados en la memoria y se recuerdan con placer. Pura seda.

El alcalde de San Javier y su concejal de Cultura (también estaba por allí y bajó a saludar a los músicos la consejera de Cultura) se mostraron entusiasmados con el desarrollo de esta edición y decididos a impulsar aún más el festival. Y creo que tienen razones para sentirse orgullosos de ir adelante con el empeño. Hasta la XX edición del Jazz San Javier.