La exhibición hasta mediados de mayo en el Museo de Bellas Artes de Murcia de uno de los atormentados 'homúnculos' del pintor Manolo Millares parece una excelente excusa para rememorar los vínculos del artista canario con nuestra ciudad.

Millares, componente fundacional del grupo El Paso y uno de los artistas españoles más universal, fue involuntario protagonista de una lamentable muestra de incultura e incomprensión sucedida en Murcia en 1960. Apenas tres años después de su fundación en Madrid, los miembros de El Paso trajeron sus obras a Murcia por invitación del entonces delegado municipal de Cultura, Juan García Abellán, que actuó impulsado por el pintor Ceferino Moreno. La exposición generó un manifiesto rechazo en la pacata sociedad murciana de la época, hasta el punto de que varias de sus arpilleras fueron quemadas con cigarrillos. Mientras el alcalde ordenó a la policía vigilar la exposición para evitar nuevos incidentes, se produjo un tímido movimiento en defensa de los atrevidos artistas abstractos; en Murcia lo hizo el periodista y crítico José Ballester, al tiempo que en Madrid salía al quite el muy conservador José María Pemán.

Veinte años hubieron de pasar para que Murcia realizara un verdadero acto de desagravio al desprecio sufrido en 1960 por Millares, Canogar, Feito, Juana Francés, Rivera, Viola, Saura, Serrano y Chirino. La primera edición de Contraparada, la recordada muestra de arte en primavera en Murcia, dedicó su exposición central a una completa retrospectiva del grupo El Paso y sus cuadros, ya sin escándalo, ocuparon los salones del Casino. Era el año 1980. Manolo Millares fue el único del grupo que no pudo saborear esta pequeña victoria, ya que había fallecido ocho años antes.

Bienvenida sea, por tanto, esta tercera presencia pública de la obra de Millares en Murcia, aunque se trate de un solo cuadro. Reconforta, además, saber que el lienzo que ahora se muestra en el Mubam es, en alguna medida, algo nuestro en tanto que pertenece a un coleccionista local, cuya generosidad hay que agradecer por permitirnos que disfrutemos durante unas semanas de la desgarradora pieza.