1.Pido disculpas al director de dicho Festival, Alberto Nieto, si ese artículo le ha parecido "denigratorio" hacia el Festival, según manifiesta en respetuosa carta de réplica en el mismo periódico, una carta que suscribo en su totalidad excepto su percepción sobre lo que escribí. De hecho, mi texto virtual pretendía ser lo contrario, elogioso sin reservas. La ironía, sí, también puede ser elogiosa. Por lo visto no lo he conseguido, siquiera para no dar lugar a su respuesta.

2.Quería, en aquel artículo, llamar la atención sobre algo por demás obvio: que las grandes figuras "mediáticas" que llegan al festival de Jazz con cierta frecuencia no hacen jazz, sino otro tipo de música. Que, en el mejor sentido, no se trata de un festival purista, sino que da cabida a otras cuestiones y a otro público, del todo "transversal", ahora que tan de moda está la palabra. Afortunadamente. Por eso me gusta con franqueza el festival de San Javier, e incluso me ilusiona. Si se constriñese al jazz sólo lo respetaría sin más, en la distancia, dado que esa es una música que no es que me desagrade, sino que no la entiendo (como observaba el mismísimo Elvis Presley, al que cito en la polémica columna). Por tanto, una música en la que tampoco he pretendido entrar más que para distinguirla de otros géneros que me resultan harto más familiares y evocadores. Los que practican, precisamente, intérpretes y grupos que vienen a este festival. No puedo opinar de jazz porque jamás he escuchado jazz. Como tampoco puedo opinar de música posterior al año epifánico de 1985, cuando me planté ya con la sola misión de hacer un obsesivo ejercicio exhumatorio.

3. No encuentro absolutamente nada que reprochar a la programación de este año y de las ediciones anteriores del Festival Internacional de Jazz de San Javier, sino que, otra vez al contrario, ojalá la convocatoria siga por donde suele. Con el jazz en el que no entro y con el no jazz en el que pretendo seguir entrando. Mi artículo publicado en la "web" de "La Opinión" de Murcia únicamente quería ser un apunte nostálgico, vagamente humorístico y por supuesto intransferible sobre dos veteranísimas bandas (ha sentado mal la frase "con más carretera que el "haiga" de un torero de los de antes") sobre las que creo que sí puedo opinar alguna cosa sin importancia, por llevar escuchándolas con cuidado y coleccionando sus discos, con sus revistas y libros adjuntos, desde los no demasiado cercanos años setenta. Chicago y, sobre todo, Eric Burdon, con o sin the Animals. Chicago, con sus armonías cromadas, me trae memoria radiada de un tiempo muy querido, y la pesadumbre existencial de Eric Burdon, en cuya juventud de hace cuarenta y cinco años siempre creí distinguir el cansancio de lo no vivido, se encuentra, sin más, en la masa de mi sangre. Verlos todavía en directo hace que el viaje hacia nuestra extinción parezca enlentecerse algo. No creo que sólo los eruditos y los profesionales puedan decir algo al respecto, sino también aquellos aficionados que hemos tenido, toda la vida, la música como principalísima pasión intelectual, muy por encima de nuestra vocación, la escritura, o la lectura. Yo creo que la cosa no tiene por qué ir más allá. Reitero mis disculpas y envío este texto en misión de buena voluntad. Viva el Festival Internacional de Jazz de San Javier.