El Real Murcia volvió por donde solía en su visita a Castellón. Nueve meses sin ganar fuera, un embarazo de partidos como visitante sin traerse los tres puntos en el zurrón aunque sea de la casa del colista, convierten al equipo grana en el visitante ideal, en el invitado que todos quieren alojar, en una especie de milagroso bálsamo de fierabrás capaz de restañar todas las heridas en el convidado de piedra al que todos derrotan. Este Murcia es un chollo para los locales y para los quinielistas ya que sus partidos se aciertan seguro con un doble y, demasiado a menudo con un uno fijo.

El Castellón ya no es colista. Con su victoria del domingo le traspasó el farolillo rojo a los de González y los mandó a un preocupante puesto en el que sólo es posible mejorar.

Tras el espejismo de la victoria ante el Real Unión de Irún, el Real Murcia ha vuelto a la senda de la derrota, esa especie de senda de los elefantes que recorren los grandes paquidermos antes de morir y que conduce directamente si no cambian mucho las cosas al cementerio de Segunda B.