La agricultura murciana no conoce fronteras. No es difícil encontrar productos procedentes de estas tierras en los cuatro continentes: frutas, hortalizas, flores... y ahora las esencias y plantas aromáticas buscan su hueco.

Los agricultores que han decidido apostar por estos cultivos tienen claro que por ahora no van a poder vivir exclusivamente de sus frutos, pero sí se han convertido en un complemento importante a su renta, especialmente en las zonas más desfavorecidas, como la comarca del Noroeste o las pedanías altas de Lorca.

Según los datos que maneja la Consejería de Agua, Agricultura y Medio Ambiente, hay actualmente en explotación 950 hectáreas en los municipios de Calasparra, Moratalla y Lorca (La Paca) de aromáticas para hacer esencia, destacando el tomillo, espliego (lavanda) y lavandín (una planta híbrida procedente de Francia).

Otras se están plantando cada vez más, al ir incrementándose las zonas de producción, como el romero o la santolina (un tipo de manzanilla silvestre).

Además, están poniéndose de moda en el Campo de Cartagena y en algunas zonas de la huerta de Murcia, donde ya hay unas 300 hectáreas plantadas -en este caso para hacer manojos de espliego, albahaca, menta, cilantro y perejil-.

La producción va a más desde que este tipo de plantas están incluidas dentro de la Organización Común del Mercado (OCM) de frutas y hortalizas (se puede incluir como producción comercializable en las Organizaciones de Productores), apuntan desde la Consejería.

Sergio Navarrete, un joven que ayuda a su padre desde los 12 años en las tierras que poseen en El Calar de la Santa (Moratalla), explica que ellos empezaron hace 20 años a cultivar las aromáticas. «Mi padre había estado trabajando en Francia con estas plantas y decidió intentarlo aquí; comenzamos con 3 hectáreas y ahora ya hemos alcanzado las 62». En estas tierras se plantó primero espliego, lavandinas de Francia y salvia. Al ir creciendo, introdujeron el romero, el tomillo y la santolina.

Este tipo de cultivo tiene dos destinos principales: el mundo de la perfumería y la cosmética (transformados en aceites esenciales, e incluso como hoja seca para saquitos para ambientadores); y la gastronomía.

Estas especies necesitan, para desarrollarse en todo su esplendor, un microclima especial. «Por ejemplo, el espliego pide un clima seco y cálido en verano que tenemos nosotros aquí y que no tienen otras zonas españolas productoras, como Valladolid o Guadalajara», apunta Navarrete, que es ingeniero agrónomo y cuya principal ocupación la desarrolla en los viveros Caliplant de San Javier. Allí tiene abierta una línea de investigación sobre nuevas plantas y semillas aromáticas, con la que pretende hallar mejores simientes.

«Hasta ahora todo el trabajo era muy artesanal y hacíamos las pruebas directamente en el campo; ahora lo hacemos en laboratorios y los tiempos se acortan mucho», indica el ingeniero, que pone como ejemplo el caso de las lavandinas francesas, cuyos esquejes se obtenían antes en año y medio, mientras que ahora se consiguen en tres meses. «También estamos logrando un excelente trabajo en la selección y mejora genética de la salvia», apunta.

Al ser plantas de ciclo largo, lo habitual es que se renueven los cultivos cada 10 o 12 años. Cada año se saca una cosecha, que comienza a finales de julio y suele acabar un mes después. «No podemos vivir de esto, salvo que tuviéramos muchas hectáreas en producción, pero sí es un complemento a la renta», deja claro el ingeniero agrónomo.

Más del sesenta por ciento de la producción viaja al extranjero, sobre todo al mercado europeo y al estadounidense, «aunque ahora con el nuevo presidente, Trump, no sabemos si lo vamos a tener más difícil», comenta Navarrete.

Por lo que respecta a la rentabilidad, el joven puntualiza que «no es oro todo lo que reluce», y al igual que el resto de los productos agrícolas, depende mucho de los vaivenes de la oferta y la demanda de los mercados. «Hace dos años sí obtuvimos unos precios muy buenos, pero no es lo normal», subraya.

De hecho, ha habido temporadas que se ha pagado el aceite esencial a 30 euros el kilo, ahora se paga a unos 70, y hace dos años se llegó a pagar a 110 euros.

«Cuando bajan tanto los precios nos produce una gran frustración», comenta.