Este artículo no incluye una entrevista con el asesino de la catana. No incluye tampoco una descripción de su vida actual. En ningún lugar encontrarán semejante cosa. Qué es de él es la pregunta del millón. Ha querido hacerse invisible y quienes algo sepan de él guardan un discreto silencio.

José Rabadán Pardo acabó con la vida de sus padres y su hermana pequeña a catanazos y machetazos. Fue en el año 2000 y no tenía más que dieciséis primaveras. Quería quedarse solo. Ideó su plan con quince días de antelación y se fijó una fecha. Así, en la madrugada del 1 de abril de 2000 se desató una tormenta de sablazos y sangre en el piso de Santiago el Mayor que segó las vidas de Rafael „de 51 años„ , de Mercedes „de 50„ y de la pequeña Mercedes „once años„ . Antes de emprender su huida, buscó una cabina de teléfono y realizó tres llamadas. Llamó a la policía y le relató lo sucedido. Llamó a un amigo con el que había quedado ese día. Y llamó a Sonia, una chica de Barcelona con la que tonteaba por internet. Qué le dijo Sonia constituye otra incógnita en torno a José Rabadán. El hecho es que el muchacho se decidió a viajar a la ciudad condal para encontrarse con ella.

El juicio no fue más que un paripé que no llevó más de media hora a puerta cerrada. Las partes habían llegado a un acuerdo: había que evitar el showdel juicio al «asesino de la catana». años de internamiento más cuatro de libertad vigilada fue el ´castigo´ que la Justicia consideró pertinente. «Se escapó vivo», decía entonces Mercedes Soler, la fiscal del caso.

Hace ahora diez años que José Rabadán se enroló en las filas de la asociación evangélica Nueva Vida, capitaneada por el párroco Julio García Celorio y con sede en Santander. Recaló en un pequeño pueblo cántabro y poco se sabe de él desde entonces. Se sabe que rompió con Verónica, la chica aguileña con quien llegó a registrarse en Murcia como pareja de hecho y que lo acompañó en su llegada a tierras norteñas.

Julio García atiende al periodista que lo llama con afabilidad, pero no suelta prenda. Admite que lo han llamado en numerosas ocasiones, especialmente desde Murcia, pero que no habla «ni de José ni de ningún otro usuario». Relata, con aire profesoral, que dos vaivenes han sacudido su vida. Uno fue la decisión de abandonar la Iglesia Católica y su consiguiente tránsito al luteranismo. Otro el de encontrarse con dos hermanas que le solicitaron que atendiera a su hermano, que se hallaba preso. Aunque no era su cometido ni nunca se lo había planteado, acabó acudiendo a la prisión. Ha acabado dedicando su vida a ayudar a quienes durante un tiempo han visto el mundo tras el enrejado de la penitenciaría.

Julio, con sus maneras campechanas, explica que José Rabadán es una persona libre y que, si él quisiera, hablaría. Eso sí, confiesa que siempre les recomienda a los usuarios no hacerlo. «Porque», les dice, «digáis lo que digáis, la gente oye lo que quiere oír». Además, se pregunta en voz alta el párroco, ¿de qué ibais a hablar con él? «No, desde luego, del sexo de los ángeles». Dice no haber concedido nunca una entrevista; solo una vez habló brevemente con un medio porque no sabía que lo estaban grabando. Dice entre risas que ni siquiera sabe de dónde cogieron la foto que acompañaba a aquella entrevista a traición. Desde entonces aprendió la lección. De hecho, ni siquiera le agrada la idea de que se filtrara que José Rabadán había recalado en Nueva Vida. «Creo que hubo un chivatazo del entorno de sus abogados», dice.

Declara, con tono que suena honrado y sincero, que solo hace lo que le gustaría que hicieran con algún familiar suyo que se viera en una situación semejante. Porque todos necesitaríamos que nos ayudasen. Julio es, desde luego, tan discreto como bueno. Por desgracia para nosotros los cotillas.