Hace tiempo que no le ha tocado ser la acusación pública en un caso de juicio popular. Explica que, como excepción, un fiscal sigue la evolución de un asunto desde la instrucción hasta su conclusión en juicio, cuando le compete juzgar al tribunal popular. «Con ello se le reconoce la especificidad», afirma.

¿Cómo se enfrenta a un caso de juicio con jurado?

Siempre te obliga a un despliegue más esforzado, donde hay que explicar mucho mejor las cosas, con un lenguaje adaptado a las condiciones que se advierten del estrato social y profesional de sus miembros; las materias que se juzgan, etc.

¿Cómo calificaría su experiencia?

La experiencia ha sido francamente positiva. En todos los casos me han dado la razón, y eso a uno le reconcilia con una institución que estuvo tantos años fuera del sistema judicial español. A mí me tocaron casos de muy diversas características; pero destacaría dos de homicidio o asesinato de mujeres, cuando aún no estaba tan a la orden del día la violencia de género; otro de una serie de incendios forestales, en el que el jurado hizo un trabajo que personalmente me impresionó; y otro sobre un caso de cohecho de un funcionario municipal, cuyo trabajo del tribunal popular fue encomiable porque fue un asunto muy reñido.

Partidario de la institución, ¿qué opina de quienes dicen que es demasiado cara?

Hay otras cosas que también son caras y no les ponemos tanto reparo. Es bueno que la justicia se acerque al ciudadano y que el ciudadano comprenda que es una labor difícil, porque también puede ayudar a que la sociedad comprenda que cuando se es lento es por la complejidad de los cosas. Se comprende mejor que las prisas son malas consejeras.

Pero no tenemos cultura de jurado.

Cierto. Es una institución mejorable y que necesita que arraigue, y para eso tiene que pasar más de una generación que se acostumbre al ejercicio de esta función. Los que van entrando ahora tienen una perspectiva más rica de lo que es un jurado; están más dispuestos a participar.