Hoy me pide el cuerpo hablar de nuestro ilustre paisano Arturo Pérez Reverte. Me encuentro con mi profesor de canto y compañero José Espinosa y, entre partitura y partitura, me dice: «¡Cómo disfruto leyendo a nuestro paisano Pérez Reverte! ¡Qué grande es tener un académico de ese calibre». Sí, maestro -le respondo-, pero qué poco lo disfrutamos. Yo he intentado varias veces contactar con él a través de su secretaria, incluso con sus familiares que son mis vecinos y no lo he conseguido. Era mi intención ponerlo al día del proyecto que el Foro Cultural Taurino de Cartagena lleva luchando desde el 2002 y las vicisitudes, desdichas y trabas que van surgiendo en el camino, hasta hoy, por conseguir un palacio multiusos para Cartagena a coste cero con inversión privada. Le quiero explicar a Espinosa el porqué de mi interés en contactar con nuestro querido escritor.

Quizá no sepa mi estimado maestro que a Arturo Pérez Reverte le viene la afición taurina de su abuelo. Éste, los domingos, se ponía su sombrero 'panamá' y dos puros metidos en el bolsillo de su chaqueta, y cogiendo de la mano al pequeño Arturo se encaminaba tras las mulillas y la banda de música enfilando la calle del Ángel hasta nuestra hoy maltratada plaza de toros del hospital. Aquellos eran otros tiempos en que los nietos disfrutábamos con los abuelos -hoy sustituidos por las tablet y los móviles-, y nos enseñaban y educaban con la sabiduría de aquellos hombres que trabajaban de sol a sol y, a poco que tuvieran unos minutos, los dedicaban a sus nietos. Los que entonces éramos niños quedábamos boquiabiertos cuando nos contaban sus batallitas, nos llevaban a los caballitos o a ver un espectáculo taurino.

Es posible, José Espinosa, que tampoco sepa usted que en el año 2008 la Real Maestranza de Caballería de Sevilla invitó a nuestro ilustre paisano a hacer el pregón de la feria taurina. A nuestro escritor le hizo la presentación el periodista Carlos Herrera. Pérez Reverte le contestó que este duro trago de hacer el pregón en Sevilla es como «estar casado con una duquesa» pues en ambos casos «el honor es mayor que el placer». Dice nuestro ilustre que él aprendió en las plazas de toros lo que a día de hoy sigue valorando; esto es, «esas dos palabras, valor y dignidad, que constituyen la única, la máxima, la verdadera aristocracia del género humano» y conoció la inflexible ley del riesgo que «lamentablemente, a veces tienen que caer toreros. Si la muerte no jugase la partida de modo equitativo, nada de todo esto tendría sentido». Con esa instrucción taurina del abuelo aprendió a mirar. Fue una educación «visual, sensorial, íntima». A partir de ahí aparecieron una serie de conceptos, tales como dignidad, coraje, resignación, vida y muerte. Nuestro novelista descubrió a los veintiún años, cuando ejercía de reportero de guerra, que se repetían los mismos conceptos que en la tauromaquia, pero esta vez en Sarajevo, o en Managua, allí en el frente en las trincheras? o burladeros. Y es que aquí, mi querido profesor, no es como en las obras de nuestro paisano y dramaturgo Isidoro Máiquez donde podía morir en cada obra. ¡Aquí se muere una sola vez y de verdad!

Mi insistencia en poder comunicarme con nuestro escritor Pérez Reverte es ver si por Cartagena y su cultura podríamos contar con él para un congreso en nuestra UPCT. Pero me temo que después de tantos intentos será muy complicado.