El fallecido papa emérito Benedicto XVI quería una ceremonia de despedida solemne pero sobria. Y casi todo, menos que el entierro sea en la cripta de esta basílica, es tan inédito como su histórica renuncia. Porque es la primera vez en siete siglos que a la muerte de un papa no le sigue un cónclave o que otro papa vaya oficiar el funeral.