Todos conocemos a alguien que, cuando ha estado de vacaciones en algún lugar exótico, se ha traído como recuerdo una pequeña concha, una piedra volcánica, un puñado de arena del desierto o unos corales comprados en algún mercadillo. Los ejemplos son infinitos.

Pues bien, todas esas cosas y muchas otras a las que no le damos importancia, pueden estar protegidas y su traslado fuera del país, ser constitutiva de un delito contra el Medio Ambiente e, incluso, un caso tipificado como tráfico ilegal de especies. Este tipo de infracciones se encuentran reguladas por la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres, el conocido como CITES.

España está suscrita a dicho convenio desde 1986, es decir, hace muchos años, y, por lo tanto, todas las especies recogidas en el mismo que se encuentran en peligro de extinción no pueden sacarse sin los permisos reglamentarios del país de origen. Igual puede ocurrir con materiales naturales que conforman el paisaje de un territorio. En este caso, son las leyes de protección medioambientales y de patrimonio de cada país las que lo regulan.

Sin embargo, el desconocimiento al respecto sigue siendo total y la información muy escasa. Por eso es importante que la próxima vez que viaje se asegure antes del origen legal de todo lo que compra y de que está permitido sacarlo fuera del país y traerlo al nuestro. Es muy habitual que las aduanas se llenen de objetos de este tipo que, además de que su transporte y tenencia ilegal acarrean una importante sanción, una vez retiradas a aquellos que las llevan, éstas quedan pérdidas y abandonadas en un almacén aduanero hasta que, finalmente, se destruyen.

Es decir, las quitamos del lugar en el que estaban pero sólo conseguimos que queden apiladas en las estanterías de los aeropuertos de un país, potenciando con su compra la desaparición de alguna especie protegida. Un auténtico desastre. Por favor, este verano extrememos las precauciones con este tema.