Los animales, hoy en día, ocupan una posición muy importante en la sociedad que repercute en todos los ámbitos de la vida. Evidentemente, también en el de la política. Es lógico, a los ciudadanos les tranquiliza saber que sus representantes son sensibles a la protección de los animales desde el sentido común y sin radicalismos. Al fin y al cabo, todo el mundo está en contra del maltrato y el abandono.

Además, hay una cuestión que en política es esencial y es que, en general, las personas tendemos a proyectar los valores de los animales a aquellos que los tienen. No es nada nuevo. En Estados Unidos todos los presidentes deben tener un perro. Mítica fue la fotografía en la que Bush tomaba decisiones sobre la guerra del Golfo con su perro durmiendo a sus pies. Los ciudadanos dijeron que aquella imagen les transmitía serenidad en un momento de gran tensión. Es un buen ejemplo de lo que pueden aportar los animales.

Bill Clinton, sin embargo, fue el primer candidato a presidente que no tenía perro sino un gato llamado Socks. Su partido lo remedió y, en plena campaña, le hizo adoptar uno. Pese a ello, Socks alcanzó gran fama, llegando cada día a la Casa Blanca miles de cartas de sus admiradores. Aquello permitió descubrir un cambio social que se había producido en los años anteriores, y es que en muchos hogares americanos ya había más gatos que perros. En el Reino Unido, por el contrario, este siempre ha sido el animal preferido. En la residencia del Primer Ministro siempre vive uno al que se le concede la posibilidad de entrar y salir a su gusto. Churchil decía que ese animal representaba el espíritu de la libertad.

En España, la mayoría de presidentes del gobierno han tenido perros. Desde Suárez hasta Sánchez, pasando por Aznar o Rajoy. Sin embargo, Moreno Bonilla es el primer político que lo ha presentado en público y que, incluso, en plena jornada de reflexión, se despidió de la campaña paseando a su lado ¿Casualidad? No lo creo. Las cosas están cambiando y para bien.