Estos últimos días, distintos colegios veterinarios han explicado la labor altruista que, al respecto, están haciendo los veterinarios y alertado del peligro que la llegada de estos animales puede suponer. Especialmente duros han sido los colegios de Galicia. Es lógico, allí no es obligatorio vacunar contra la rabia.

El problema parte de que en Ucrania, los animales padecen algunas enfermedades contagiosas que en España están controladas o erradicadas. De todas ellas, la rabia es la más peligrosa.

Ucrania contabiliza cada año 1600 casos de rabia. Las autoridades sanitarias españolas, sabedoras de lo anterior, dictaron en un primer momento un estricto protocolo que, ante la imposibilidad de cumplirlo, más tarde suavizaron. En realidad, daba igual, seguía siendo una utopía.

Entonces recurrieron a la colaboración de los veterinarios. A estas alturas, y gracias a ellos, los animales llegados a España han sido testados y la mayoría permanecen junto a sus familias. Sin embargo, si alguno fuera dudoso de padecer rabia, debería ser ingresado en algún albergue de animales. De ocurrir todo eso, sería con el beneplácito de las autoridades, que mirarían hacia otro lado. Como legalmente no son centros oficiales de cuarentena, no podrían acogerlos.

El motivo es sencillo. Verán, cada cierto tiempo, en Melilla, por su ubicación en el continente africano, aparece un caso de rabia. Eso, sanitariamente, conlleva el sacrificio del animal y de todos con los que haya podido tener contacto. ¿Se imaginan que ocurriría si un perro procedente de Ucrania, finalmente y tras varias semanas en España, diera positivo? Evidentemente, todo esto no es responsabilidad de los animales ni de sus propietarios, los pobres bastante tienen con lo que tienen, es culpa de la administración que, desde hace mucho tiempo, se levanta de hombros ante un problema que, en absoluto, es nuevo. Fíjense, anualmente y por este mismo motivo, muchos animales quedan paralizados en nuestros puertos y aeropuertos, sin más futuro que ser devueltos a sus lugares de origen o ser sacrificados. Las autoridades, pese a que lo conocen, nada hacen, seguramente, porque saben que su ineficacia la pagan siempre los más débiles, y esos apenas tienen voz para quejarse.