El maltrato animal es un delito que habitualmente se produce de puertas para dentro, es decir, normalmente se da en el seno familiar o en el interior de propiedades privadas. Por ese motivo y porque los animales no pueden hablar y pedir ayuda, se trata de conductas muy difíciles de denunciar y, más aún, de demostrar. Solo gracias a la colaboración ciudadana es posible llegar a descubrir algunos de ellos.
Quizás, por esa misma razón, porque se produce en el ámbito familiar, es una conducta delictiva que, a menudo, se asocia a otras como, por ejemplo, la violencia de género.
He participado en muchas actuaciones policiales en las que se ha tenido que rescatar a perros o gatos de domicilios particulares por haber quedado encerrados en los mismos, tras haberse dictado una orden de alejamiento contra la pareja y haber sacado a la mujer maltratada y a sus hijos de este. En todos esos casos, el miedo se palpaba claramente en el ambiente.
Por otro lado, son casos en los que los hijos y, también los animales, habida cuenta de que los maltratadores saben del amor que sienten hacia ellos sus víctimas, son usados para chantajearles.
Por ello, es necesario que existen casas de acogida de personas maltratadas en las que puedan vivir con sus animales. Desgraciadamente, es bastante habitual que ella con sus hijos quede protegida en algún lugar, pero separada de sus animales, que son trasladados a algún albergue o refugio cercano, con el dolor añadido que eso produce. Es cierto que en los últimos tiempos, han nacido algunos programas como Viopet, que proporciona apoyo a las víctimas de violencia de género a través de la acogida temporal o definitiva de sus animales, pero sin embargo aún no son suficientes y es necesario seguir en el desarrollo de los mismos. No hay que olvidar que la reciente reforma del Código Civil y las nuevas leyes que vienen en camino conciben a los animales como un miembro más de la familia.
