En 1924 falleció Lenin. Su muerte se debió a las secuelas de un brutal atentado que había sufrido al dispararle un activista a bocajarro.

Rusia, al conocer la noticia, convulsionó. Se realizaron numerosos homenajes en su honor y se decidió conservar su cuerpo embalsamado para siempre.

Los doctores Vorobiov y Zbarski, padre e hijo, fueron los encargados de ello. No era ningún premio. Si no eran capaces de lograrlo, serían ejecutados.

Ante lo que se jugaban, decidieron realizar un estudio sobre todos los métodos utilizados a lo largo de las civilizaciones y, finalmente, optaron por sumergir su cuerpo en un compuesto formado por glicerina y acetato potásico.

Consiguieron su propósito, ambos murieron de viejos y todavía sigue pudiéndose ver el cuerpo de Lenin en perfecto estado embalsamado.

Desde el origen de los tiempos, el hombre ha desarrollado técnicas que buscaban la conservación de los animales fallecidos. El taxidermismo, con el tratamiento de la piel y el relleno de sus cuerpos, tiene ese objetivo.

Hoy podría parecer que todo esto es pasado, pero no es así. El Seprona realiza numerosas intervenciones al respecto, dado que muchas piezas son consideradas tráfico ilegal de especies.

Muchas personas, en una orgía de mal gusto, tienen patas de elefante que usan como sillas, cabezas de rinocerontes colgadas de la pared o manos de gorila como ceniceros. Sin embargo, no es cosa de pobres. El precio pagado por cada uno de esos objetos no es apto para cardiacos. El cuerno de elefante o rinoceronte puede rebasar ampliamente el millón de euros.

Por eso, este submundo de maltrato animal potencia la pillería, la falsificación y el robo constante. Todo ello alimentado por la demanda al alza de aquellos que disfrutan decorando sus casas con cadáveres embalsamados de animales. Sin duda, una realidad inexplicable dentro de los parámetros del equilibrio y la buena salud mental.