Existe un pueblo en la India donde soñar es tabú. Para ellos la vida es tan plena que no debe ser completada mientras uno duerme. Piensan que soñar es simplemente una forma de vivir lo que alguien no es capaz de hacer despierto. Por eso, si un miembro del clan duerme y sueña debe contarlo, porque es un mal augurio para la comunidad.

Sin embargo, según los expertos que analizan nuestro avanzado mundo occidental, nosotros soñamos siempre mientras dormimos. Lo hacemos todos los días, aunque unas veces recordemos lo soñado y otras no.

La mayoría de personas que nos dedicamos a la protección de los animales hemos soñado alguna vez con lo que vivíamos despiertos.

Dormidos, hemos vuelto a encontrarnos camadas de perros y gatos abandonados, hemos discutido con personas para las que los animales eran sólo objetos y hemos acudido de nuevo a algún cuartel de la Guardia Civil para denunciar el estado de abandono en el que mantenían a unos caballos o unos burros.

La realidad es que al dormir es difícil no revivir lo que forma parte de nuestro día a día. Sin embargo, no es bueno ni sano hacerlo. Lo vivido en todo lo que se refiere a la protección animal no merece la pena ser revivido.

El sueño debe reparar nuestro cansancio y, si es posible, coser algunas de nuestras heridas para que, al despertar, lo hagamos con fuerza y ganas de empezar de nuevo y cambiar el mundo.

Sin embargo, desgraciadamente la realidad que viven los animales en nuestro país no se transforma ni durmiendo ni soñando, se cambia sólo trabajando, explicando el sufrimiento de muchos animales, dando charlas, asistiendo a colegios, relatando en medios de comunicación lo que ocurre y también ayudando a todos los animales que lo necesitan.

El esfuerzo diario es el único motor que puede cambiar una sociedad. No hay más.