Existe un cuento que relata la historia de un pueblo marinero donde no había mar. Tenía playa, puerto, faro, barcos y hasta marineros, pero no tenía mar. En su lugar sólo había un triste solar.

Los pescadores se quejaban porque aquello era su ruina. Ante la preocupante situación, el alcalde decidió viajar a la capital y pedir un mar pero nadie le recibió. Sólo obtuvo un mensaje de disculpa por el despiste imperdonable que habían tenido los organizadores del país.

Así que, desesperados, sin saber qué hacer, se enteraron de que en América existía mucho mar, y un grupo de marineros decidió marcharse a buscarlo.

Cuando lo encontraron, no lo dudaron. Lo agarraron fuerte de una de sus orillas y estiraron y estiraron del mismo, hasta que consiguieron que el mar llegara a su localidad y ocupara su sitio.

Sin embargo, pronto empezaron los problemas. Cuentan que algunos se llevaban las olas por las noches, pero lo peor fueron las mareas. La gente se ahogaba y los barcos naufragaban.

Así que se reunieron y decidieron qué hacer con el mar. Al fin y al cabo, no les había salido muy bueno.

Hubo quien sugirió venderlo, pero la gente no quiere mares de segunda mano. Otros pensaron en regalarlo, pero era imposible empaquetarlo. Así que, finalmente, decidieron asfaltarlo. No quedó muy bonito pero, al menos, los coches rodaban maravillosamente por el mismo».

Estos días se debaten nuevas normas que afectarán a los animales. El Gobierno ha publicado un nuevo decreto, en estos momentos en fase de alegaciones, que regulará los núcleos zoológicos y recogerá las obligaciones que deben cumplir los centros que acojan animales.

Algunos colectivos ya han alzado su voz contra el mismo y han comenzado a manifestarse por las redes porque entienden que desprotege a los animales. La realidad es que, cualquier normativa que se aplique en este ámbito, es mucho más compleja de lo que parece. No puede ser igual el núcleo zoológico que regula una casa de acogida, que el de un albergue de animales, una residencia o, por ejemplo, un zoo.

Las diferencias son tan grandes que, llamarle igual, carece de sentido. Empezar a diferenciarlos, sin duda, ayudaría, pero imponer un criterio general como en el cuento y rellenar el «triste solar» que son hoy los centros de animales con el mismo mar para luego asfaltarlo, desde luego, no.