Una de las enfermedades más comunes hoy en día es la depresión. Pese al espejismo que suponen las redes sociales, en realidad la vida en la que nos vemos sumergidos, a menudo, es triste y solitaria.

En el mundo de los animales ocurre exactamente igual. Son muchos los perros y los gatos que sufren estados depresivos por problemas físicos o psíquicos.

En el primer caso, el animal pierde el apetito, las ganas de jugar y, poco a poco, observas cómo su estado se va debilitando. Normalmente, se debe a enfermedades que comienzan a dar la cara a través de su estado anímico.

Cuando las causas son psíquicas, aunque se producen los mismos síntomas, llegar a saber qué está generando todo ese proceso es mucho más complicado. Puede ser porque se han producido cambios en sus condiciones de vida, en su lugar de residencia, han variado sus hábitos, o incluso, porque se ha producido la marcha o la muerte de un ser querido.

Los animales de compañía, emocionalmente, son muy sensibles a cualquier cambio. Por eso, el principal problema siempre es poder ayudarles porque la tristeza les conduce a la inanición más absoluta y, a partir de ahí, todo puede pasar. El animal se va consumiendo poco a poco, le bajan las defensas y se convierte en blanco perfecto para cualquier enfermedad física que ponga en riesgo su vida.

Esto último es lo que sucede en muchos albergues o refugios, y no porque hayan cambiado su casa por una jaula, sino porque no pueden dormir cerca de sus familias.

Para los animales que conviven con sus familias humanas, la compañía de las personas con las que pasan sus días es su razón de vida. Si no están, se deprimen, se esconden en rincones, se meten bajo una manta y se dejan morir. No es una exageración. Hoy en día, salvo en las películas y novelas, sólo ellos ya son capaces de morir de amor.