En China creen que todo lo que se mueve se puede comer. Dicho pensamiento no es el producto de una cultura milenaria ni de una filosofía oriental, simplemente es el resultado de muchos años de pobreza y hambre.

Por eso ha sido recibido con cierto escepticismo el que, por fin, hayan prohibido allí el consumo de perros, gatos, serpientes y lagartos. Si se cumpliera, gracias a ello 10 millones de perros, otros 4 de gatos y varios millones más de serpientes y lagartos salvarían sus vidas este año.

Desde luego, aunque son muchos animales, las autoridades chinas se han apresurado a aclarar que el consumo no es alto. Es posible que así sea porque China tiene 1400 millones de habitantes. En España, con sólo 47 millones de habitantes nos comemos cada año, aparte de terneras y cerdos, 800 millones de pollos. Así que, comparen, si quieren.

Por otro lado, argumentan que se trata sólo de un tema cultural. Dicen que en España se come conejo mientras que en el Reino Unido hacerlo está muy mal visto. O que las cobayas que en nuestro país son animales de compañía, en Perú son un plato gourmet. No niegan, por supuesto, que ellos comen grillos, murciélagos o tortugas, pero nos recuerdan que, a la vez, para nosotros los caracoles, las ranas, los sesos o los pajaritos son un festín.

Supongo que, en realidad, es así, cada país es un mundo. En cualquier caso, afortunadamente, en lo que hay consenso es en el tema de los perros. Es normal. Son animales que llevan miles de años compartiendo el planeta con nosotros, entregándonos lo mejor de sus vidas. Pensar en comérselos sólo cabe en el canibalismo.

Con el resto de animales, sin embargo, no hay acuerdo. Por eso, es muy importante consensuar normas de protección internacional para ellos. No vale caer en radicalismos ni en «postureos» fáciles. Es mejor partir de la realidad y, fundamentalmente, aplicar tres normas que siempre han de cumplirse sin excepción alguna y que nunca han de fallar.

La primera es que los animales que se críen para consumo deben tener siempre la máxima calidad de vida. La segunda es que siempre deben ser trasladados en las mejores condiciones. Y la tercera es que, en los mataderos de consumo, no deben sufrir. Estos tres principios son básicos dentro del bienestar animal.