Si hoy en día la vida de un marinero no es fácil, imaginémonos como sería cuando no existían balizas, ni GPS, ni tan siquiera planos reales de situación. Guiados sólo por las estrellas y por la suerte, sobrevivían como podían. Por eso, sus vidas estaban llenas de creencias. Una de ellas era que hacer daño a un delfín podía traer mala suerte.

Solo existe otro caso igual, el de las golondrinas. El motivo es porque siempre se ha dicho que fueron las que quitaron la corona de espinas a Jesús de Nazaret cuando estaba en la cruz. Probablemente sea verdad. Sin pretender quitarle romanticismo al asunto, dado que su muerte se produjo en primavera, lo más probable es que se las llevaran para realizar su nido.

En el caso de los delfines, la creencia se basa en una historia que comenzó en 1880. Por aquella época, existía un delfín al que llamaban Pelorus Jack. Este parecía haberse marcado la tarea de guiar a los barcos cuando cruzaban el estrecho de Nueva Zelanda. En cuanto notaba la presencia de alguno, salía a su encuentro pegando saltos. Los marineros, por su parte, lo saludaban con gritos de júbilo sabedores del buen augurio que eso significaba.

La fama de Pelorus fue tanta, que el gobierno mediante un decreto oficial declaró su protección. Sin embargo, un mal día un pasajero embriagado que viajaba en un barco llamado Penguin, le disparó. Pelorus, desapareció y, aunque inicialmente fue dado por muerto, reapareció posteriormente y volvió a guiar a los barcos que cruzaban el estrecho. A todos menos al Penguin, que en 1909 se hundió falleciendo ahogadas las 65 personas que iban a bordo. La noticia, recogida por los diarios de la época, inició la leyenda.

De todas formas, evidentemente, nadie debería jamás hacer daño a ningún animal. Hacerlo degrada y deshumaniza al ser humano.