Hace unos años, la cifra de accidentes producidos por la presencia de animales que deambulaban sueltos por la carretera se acercaba anualmente a la de cuatrocientos. ¿Qué ha podido ocurrir para que, en muy poco tiempo, la media haya alcanzado los diez mil?

Los datos los ha facilitado la propia Dirección General de Tráfico, la DGT. Anualmente, se están produciendo ya una media de 10.000 accidentes causados por la presencia de animales en la calzada.

Se trata de accidentes de personas. Es importante no confundir dicha cifra con la de animales muertos. Esta última alcanza en nuestro país la de 30 millones de animales que, atropellados, pierden su vida cada año.

La mayoría de accidentes de tráfico son causados por perros a los que sus dueños abandonaron. No es culpa del perro, es del dueño. Quien abandona a un animal atenta contra la vida de éste y contra la de todas aquellas personas que, al encontrárselo mientras conducen, intentan esquivarlo.

Sin embargo, no todos esos accidentes son causados por perros. Dentro de ese infinito número se encuentran también animales de granja, caballos, burros e, incluso, ciervos o jabalís. Al respecto, es fundamental prevenir y que las carreteras se encuentren bien señalizadas y, sobre todo, completamente valladas. De nada sirve una alambrada si la misma está repleta de agujeros por los que se pueden colar éstos.

El tema de los caballos, ponys y burros merece una reflexión aparte. ¿Cómo pueden existir tantos animales de ese tipo viviendo en pueblos, pedanías y términos municipales de las grandes ciudades sin control alguno y, sobre todo, cómo es posible que todo aquel que quiera tener uno, lo pueda conseguir sin más?

Existen muchas normas para regular este tema pero, por muchas que existan, éstas sólo tendrán efectividad si se vigila su aplicación. Es ahí donde radica el problema. Ante la falta de controles, las mismas sólo son cumplidas por una minoría. Mientras tanto, la mayoría más irresponsable sigue en una absoluta impunidad con instalaciones no dadas de alta y animales sin identificar adecuadamente.

Ni que decir tiene que son precisamente a estos últimos a los que más se les escapan. ¿Y qué hacen las autoridades cuando eso ocurre? Nada de nada. En todo caso sólo devolvérselos, lo que, en sí mismo, significa seguir alimentando y conviviendo con una ilegalidad.