El 15 de septiembre del año 2019, denuncié en un artículo que en la India estaban colocando dinamita en la comida de los elefantes. Me lo contó una activista de la zona. La noticia voló por las redes sociales y llegó a varias ONG internacionales que pusieron los hechos en conocimiento de las autoridades. No sirvió para mucho. El pasado 3 de junio fue noticia de nuevo la muerte de una elefanta. ¿La causa? Su mandíbula había estallado al comer fruta con explosivos dentro.

Todo comenzó el 27 de mayo. Ese día, una elefanta del Parque Nacional de Silent Valley se acercó a un poblado en busca de comida. Los puntos de alimentación del mismo habían sido abandonados por la pandemia. Aquella elefanta estaba hambrienta y desesperada. Embarazada, llevaba sólo dos meses de los 22 que dura su gestación, no podía más. Decidió, entonces, buscar un poco de piedad y se equivocó.

Un vecino, al verla, le preparó una trampa mortal. Por fuera era sólo una piña, por dentro una calculada carga de explosivos. Ni mucha ni poca. Suficiente para destrozarla.

Salió a buscarla. La encontró ensimismada con el olor a fruta que salía de su casa. Se acercó a ella llevando la piña en la mano y la dejó en el suelo ofreciéndosela como macabro regalo.

Ella la tomó con la trompa, la introdujo en su boca y la masticó confiada. Un simple roce bastó para que la dinamita estallara. Sintió que su lengua saltaba en mil pedazos y que el fuego abrasaba su garganta. Necesitó, entonces, curar las quemaduras y corrió en busca de un río cercano para aliviar su dolor. Durante cuatro días estuvo sin salir. No podía hacerlo, hasta el aire le quemaba. Desgraciadamente, lo que no consiguió el agua lo logró la muerte. Esta última se encargó de apagar su dolor.

El responsable ha sido detenido. Dice que usa los explosivos para alejar a los animales de sus cultivos. Pagará con cárcel su muerte y, aunque no podrá devolverle la vida, quizás sirva como aviso y escarmiento para salvar la del centenar de elefantes que, por idéntico modo, cada año la siguen perdiendo.