Soy un peluche. Ni ladro, ni gruño, ni muerdo jamás. Si me aprietan me deformo. Si me insultan o me pegan no me duele. Soy un peluche de tela que ni siente, ni respira, ni padece. Nunca mancho en casa. Jamás hago pipí ni caca. No como, no bebo, no babeo, tampoco huelo.

A menudo, juegan conmigo pero, yo, ni me muevo. Jamás me río, ni me divierto. No salto, no corro, no me caigo y, claro, tampoco me levanto.

A veces me abrazan, pero yo nunca abrazo. No sé querer, ni sentir, ni emocionarme. Solo soy un peluche, un muñeco de adorno. Mi vida transcurre entre estanterías o armarios, hasta que un día, como un juguete viejo y roto, acabo arrojado a un contenedor de basura.

Soy un cachorro de perro o gato. Un pequeño animalito de diminutas orejas y un morrito negro y caliente. Puedo ser marrón, blanco, negro o, incluso, un poco de todo.

Mi mirada es limpia y tierna y, mis ojos, grandes y brillantes.

Ladro cuando estoy contento y gruño si algo me molesta.

Si me aprietan, me hacen daño y paso miedo. También muerdo si alguna zapatilla se cruza en mi camino, o me enfado si un juguete se resiste a acompañarme.

Si me riñen, me pongo triste. Si me sonríen, me alegro. Y si me abrazan, mientras muevo mi colita, me derrito en lametazos.

Por supuesto, hago pipí y caca, también. Y, la verdad, hasta que finalmente aprendo, no siempre lo hago donde debiera. Me encanta jugar, subir, saltar, revolcarme, caerme, levantarme y divertirme como el primero.

Vivo en cualquier rincón de la casa y, si algo adoro, es a mi familia humana. Sin ellos, para mí, nada tiene sentido.

Soy, nada más y nada menos, que un perro, el mejor amigo del hombre.

Nota: ¡Cuidado! A menudo muchas personas confunden a los animales con juguetes o peluches. Cuando eso pasa, ellos también acaban abandonados en la basura buscando algo que comer.