Existen animales extremadamente especiales que por sus circunstancias les hacen necesitar personas a su lado que también lo sean. Son seres que han tenido una vida sumamente dura, siempre por culpa del ser humano, por haber sido maltratados o abandonados.

Son animales cuyo corazón ha sido roto en mil pedazos y su alma ha quedado tan dañada, que su mirada se ha perdido en el vacío del infinito, al haber perdido el sentido de la vida, la motivación para seguir adelante y luchar. Son víctimas que presentan un trastorno de estrés postraumático muy similar al que padecemos los humanos, cuando vivimos situaciones que nos parten literalmente en dos.

Un trauma es un acontecimiento que produce una fragmentación del ser que lo sufre y que conlleva unas secuelas que hacen que ese animal ya no vuelva a ser el mismo después de haber vivido la experiencia traumática. Por eso, este tipo de animales necesitan a su lado a personas valientes, que estén dispuestas a entender, a acompañar y a respetar, en un proceso tan duro como bonito de recuperación de la esencia que ha perdido ese animal, al haber quedado anulado por el daño que se le ha ocasionado. Son personas que actúan a corazón abierto, sabiendo la dificultad de lo que hacen, pero poniendo encima de la mesa la belleza de su alma y la importancia de sus actos. Son adoptantes o casas de acogida que llevan a cabo un duro trabajo, pero imprescindible y muy importante. Y en ese momento en el que deciden ayudar al más necesitado sin importar lo demás, cada logro y cada paso es motivo de fiesta y de una tremenda alegría. Porque mientras unos se dedican a celebrar lo socialmente establecido, otros valoran lo realmente importante que es devolver la dignidad a esos seres inocentes y vulnerables, a los que otros humanos se le arrebataron.