Los que gestionamos colonias felinas, desgraciadamente nos encontramos de forma reiterada una situación muy desagradable y difícil de abordar, que perjudica tanto a los animales como a las personas que los queremos ayudar. Me refiero a los conflictos con los vecinos que salen por las ventanas a gritar, a insultar, a amenazar y a impedir que les alimentemos, les rescatemos o les capturemos para esterilizar. Por ello, veo conveniente aclarar los siguientes puntos. En primer lugar, me gustaría dejar claro que debido a que invertimos la mayor parte de nuestro tiempo, de nuestra vida y de nuestro dinero en ayudar a los más necesitados, no tenemos espacio suficiente en nuestras casas como para llevarnos a todos los gatos de la calle.

Pero además, para nosotros la prioridad es el bienestar del animal y un gato feral no debe ser sacado de su territorio. Por lo tanto, antes de gritar: «Si quieres gatos, llévatelos a tu casa», intenten primero pensar en la viabilidad de sus palabras. En segundo lugar, la solidaridad no es un bien limitado. Los que ayudamos a los gatos también solemos ayudar a las personas y si no fuese así, tenemos derecho a elegir con quién empleamos nuestra generosidad, porque al menos hacemos bien a alguien. Por ello, cuando nos grites que «por qué no ayudamos a los niños de África» comprueba previamente que no lo hacemos y después respeta nuestro derecho y nuestra libertad de decidir. En todo caso aplaude y admira la capacidad empática que desarrollamos hacia todos los seres sin distinción, en lugar de exigir a los demás algo tan extremadamente irracional.

Y, por último, quisiera hacer hincapié en que los que están haciendo algo mal son esos vecinos que salen a gritar y no nosotros. Además, cuando insultan, amenazan, e incluso agreden a los que están ayudando a los gatos de la calle, son ellos los que están cometiendo una infracción penal. No tenemos por qué aguantar a esas personas, que lo único que hacen es fastidiar a los demás, en lugar de dedicarse, ya que no ayudan, como mínimo respetar.