Se han descubierto en Asturias aunque el asunto colea de mucho antes. El origen está en las indemnizaciones para paliar los daños causados por lobos. En principio, la intención de las mismas era buena. Se trataba de minimizar el odio que este animal genera entre los ganaderos. Sin embargo, algunos decidieron aprovechar la situación y fingir ataques que nunca se produjeron.

No es la primera vez que ocurre algo así. Verán, hace diez años muchos ayuntamientos por temas económicos decidieron eliminar los servicios de recogida de animales y muchos perros comenzaron a vivir asilvestrados en las afueras de las ciudades formando auténticas manadas.

La primera consecuencia fueron los destrozos en los contenedores de basura a los que acudían a comer. La segunda, la proliferación de denuncias por ataques de los mismos al ganado.

Recuerdo perfectamente como, ante la cantidad de incidentes, una de las aseguradoras nos pidió que investigáramos a un hombre, cuyo ganado había sido atacado por unos perros varias veces en los últimos meses.

Llegamos a la explotación al día siguiente de producirse uno de ellos. El hombre se quedó muy sorprendido. Nos dijo que, habitualmente, cuando daba parte al seguro, éstos le autorizaban a incinerar a los animales sin más.

El caso es que, el espectáculo que nos encontramos fue dantesco. Había ovejas muertas por todas partes. Recorrimos la zona y estudiamos uno a uno los cadáveres. Enseguida algo nos llamó la atención. Todos los animales tenían un agujero limpio en el cuello, en el lado izquierdo, sin rastro de herida alguna en la otra parte. Entonces le pregunté al hombre si era diestro y asintió con la cabeza. No era necesario mirar más.

Mientras reconstruíamos en nuestro informe lo sucedido, pensaba en el sufrimiento de todos esos animales. El hombre había matado una a una a todas sus ovejas. Las había situado entre sus piernas, les había girado la cabeza presionándola sobre su cuerpo y les había clavado el cuchillo en el lado izquierdo de su cuello a todas ellas. No había rastro alguno de desgarros ni mordeduras, sólo incisiones profundas que ningún colmillo podría haber hecho. Fin de la explicación. Conclusión: no hay animal más peligroso que el propio hombre.