Si algo me han enseñado los gatos ferales es el valor de la libertad. Que no todos los seres están preparados para enfrentarse al miedo de aprender a volar, sin nadie que les proteja y les pueda cuidar. También he aprendido que no puedo controlar todo, que hay cosas que es mejor dejarlas estar. Que tengo que controlar mi ego de humana que me hace creer que puedo decidir o tengo derecho sobre los demás. He aprendido cosas tan importantes como el verdadero significado de la palabra respeto o confianza. Que cuando amas de verdad a alguien no lo intentas poseer, lo respetas desde lo más profundo de tu corazón a pesar del dolor que sabes que te va a suponer. No lo atrapas con tus manos para protegerle de los peligros y quedarte tranquilo tú, sino que respetas hasta su derecho a sufrir como consecuencia de vivir su propia vida, la cual les pertenece, porque aunque los gatos ferales no la hayan elegido, es la que conocen y les hace sentir seguros y bien.

He entendido que mi responsabilidad como humana es procurarles el mayor bienestar posible, confiando en ellos y respetando el gran valor que demuestran al elegir la libertad en el más puro y estricto sentido de la palabra.

Los gatos ferales me han enseñado que cuando tienes poco, lo poco que tienes vale mucho y que se defiende con la vida si hace falta. Gracias a ellos aprendí el valor de un vínculo limpio y puro y que cuando amas a alguien, da igual si no tienes nada material, con eso es con lo que sobrevives y no necesitas nada más, pues tu corazón y tu alma están cubiertos. Cada vez que miro a un gato feral, me transmite su fuerza y su temperamento, y me siento tremendamente orgullosa de que un ser tan sabio, noble y valiente confíe en mí. Este hecho insignificante para otros, para mí es una señal de que todo va bien, pues contar con la bendición de estos mágicos seres es un privilegio que tan solo unos pocos humanos tenemos la capacidad de percibir y alcanzar.