Hace unos años, un conocido político me dijo que las polémicas eran como una gripe, tenían tres días de subida y tres de bajada. Sin embargo, la manipulación actual de las redes sociales ha demostrado que, cuando la suciedad viaja por Internet, ya no se limpia tan fácilmente. De ahí la gravedad del asunto al abrirse estos días la veda contra Frank Cuesta.

Es difícil imaginarse el motivo. Puede que se trate solo de un ajuste de cuentas entre canales televisivos o, quizás, de uno de esos famosos ataques políticos contra alguien que no opina como tú, al fin y al cabo, la libertad de expresión en España ya no se entiende sin persecución.

Por eso, conociendo como conozco bien a Frank y habiendo compartido con él algunas risas y bastantes lágrimas puedo alzar tranquilamente la voz para decir que, en vez de criticarle, deberíamos reconocerle que ha conseguido llevar el nombre de España a más de 60 países. Su labor como divulgador es reconocida mundialmente. No es una opinión, son datos. Sus programas poseen audiencias millonarias en países como China, Argentina, Brasil, Italia, Alemania o Francia. Frank es un embajador de España en cuanto a protección de los animales; sin embargo, todos callan. ¿Por qué?

Es verdad que Frank tiene su carácter. Lo conozco en primera persona. No piensa nunca lo que dice pero sí dice siempre lo que piensa. De gran humanidad, es un niño grande capaz de reconocer sus errores y, por eso, cuando hay que pedir perdón es el primero en hacerlo. Y sí, es verdad que a veces puede parecer áspero, pero tras esa actitud solo se esconde una gran timidez que, por cierto, los animales desarman.

No pido que le pongan una alfombra roja porque, probablemente, él no la pisaría para no mancharla. Solo pido que le dejen trabajar tranquilo. Si no quieren darle nada que, al menos, no se lo quiten. España debería sentirse orgullosa de su trabajo, pero supongo que en un país en el que la envidia es el deporte nacional eso es mucho pedir. Una pena.