Por ejemplo, no sé si saben que Hitler estaba obsesionado con las moscas. No porque le molestaran, que también, sino por la habilidad que éstas tenían para escapar cuando intentaba capturarlas. En realidad, la explicación a esa innata capacidad hay que buscarla en la agilidad de su mente. El cerebro de las moscas funciona a tal velocidad que, para ellas, todo a su alrededor es como si se moviera a cámara lenta. Gracias a eso consiguen esquivar los manotazos. Ahora bien, imagínense si alguien lograra tener esa agilidad en una batalla o en un debate político. Sería invencible.

Sin embargo, no es esa la única cualidad animal que podría ser de gran utilidad para nuestros políticos. Otra, por ejemplo, sería el olfato. Hoy en día se habla mucho de tener 'olfato político', pero la expresión se acuñó a mediados del siglo XX. Debió ser esa una época de gran preocupación por el mundo nasal porque fue justo entonces cuando comenzaron a desarrollarse la mayoría de las investigaciones sobre el olfato de los animales. Les haré una pregunta de concurso: ¿Qué tienen en común una oruga, un burro y un oso? Pues sí, el olfato. Los osos polares pueden oler lo que se cuece a más tres kilómetros de distancia; los burros, a uno, y las orugas, a más de ocho. Imagínense lo que sería tener un olfato tan desarrollado en política. Podrían oler el miedo, la traición o, incluso, la mentira.

Claro que, puestos a pedir, ¿no querría un político tener también la visión de las águilas? De la misma forma que ellas son capaces de ver a pequeños roedores a más de tres kilómetros, ellos podrían descubrir de un vistazo las ratas de cloaca que se esconden en sus partidos. Tendrían trabajo a lo grande.

Sin embargo, la realidad es que, hoy en día, los animales no tienen mayor interés para nuestros políticos. Supongo que, al fin y al cabo, muchas de sus cualidades carecen de valor alguno para ellos. Es normal, piénselo: ¿qué ocurría si, por ejemplo, fueran fieles como pingüinos o tan honestos como los perros? Sería el final de sus carreras políticas.