¡Entre los ojos! ¡Apunta y dispara!» El gatillo, empujado firmemente por su dedo, se hundió sobre su arma. No lo hizo solo. Su compañero también disparó. Varias balas salieron de sus rifles a más de 1 km por segundo. Buscaban directamente su vida.

El impacto fue inmediato. Se oyó un grito desgarrador. El animal avanzó por la inercia unos metros, se dio la vuelta, miró a sus asesinos y sus seis toneladas de peso se desplomaron sin vida sobre el suelo. La hierba, aplastada a su alrededor, comenzó a teñirse de sangre. Mientras tanto, el resto de elefantes del grupo, una media docena entre hembras, machos jóvenes y crías, incrédulos y desconcertados, echaron a correr tras aquellos que le habían disparado, pero la carrera duró poco. Al fin y al cabo, ¿qué ganaban siguiéndolos? ¿Iba eso a devolverles su vida? Pararon en seco, se dieron la vuelta y, consternados por la tragedia, volvieron junto al animal asesinado intentando, inútilmente, reanimarlo.

¿Qué hacer cuando te quitan a tu padre, tu hermano, tu pareja o tu hijo? Los elefantes comenzaron a llorar su muerte como lo haríamos cualquiera de nosotros. Las lágrimas caían por sus ojos sin consuelo alguno. A partir de ese momento, nada sería igual. Aquel pobre elefante ya no volvería a guiarles oliendo el viento en busca de los 200 litros de agua y 150 de vegetación que, cada día, necesitan beber y comer cada uno de ellos. Ya no protegería ni cuidaría nunca más del grupo. A balazos lo habían convertido en un enorme cadáver y le habían robado el ritual ancestral de poder morir tranquilo cerca de algún cementerio de elefantes.

En realidad, esta historia ocurrió hace unos días y su caso ha dado la vuelta al mundo. Esta vez no se trata de esa caza ilegal que cada año se lleva por delante la vida de más de 30.000 elefantes. No buscaban el valor de sus colmillos de más de 200 kilos de peso cada uno, para venderlos en el mercado negro a más de 50.000 euros el kilo. Esta vez, todo era tan inmoral como legal. Se trataba de cazadores autorizados que, orgullosos, se grabaron y colgaron sus vídeos en las redes. En ellos se les ve disparando y gritando: «¡Entre los ojos! ¡Hay que apuntar entre los ojos!». Supongo que ese debe ser el lugar preciso en que muere la vida de un elefante y la dignidad de aquel que le dispara.