Perder a un ser querido es uno de los traumas más graves que puede sufrir una persona. En el caso de los animales, es especialmente doloroso debido al vínculo tan especial que establecemos con ellos, así como a su corta vida. En este sentido, me parece importante tratar el tema de cómo hay personas que lo pasan tan mal que evitan volver a compartir su vida con ellos, para no volver a sentir el dolor de la pérdida cuando se marchan. Es muy frecuente escuchar a gente decir que no quieren volver a tener animales por lo mal que lo pasaron cuando el anterior murió. Es comprensible que las personas no quieran sufrir; sin embargo, vamos a explicar qué implicaciones tiene esta actitud a nivel psicológico. Partimos de la base de que la evitación es un mecanismo de defensa psicológico, que nos sirve para protegernos del dolor. Ahora bien, estos patrones de conducta son tóxicos, ya que no nos ayudan en absoluto, a pesar de que parezca que sí. Los seres humanos tendemos a evitar los problemas o las situaciones que nos hacen sentir mal. Sin embargo, lo que nos hace crecer, aprender y evolucionar es justo lo contrario, nuestra manera de afrontar dichas situaciones.

Privar a un animal que necesita ayuda de ser adoptado por nuestro propio miedo a pasarlo mal cuando se vaya es muy injusto. Pero, además, para nosotros mismos tampoco es bueno. El hecho de enfrentarnos a las cosas que tememos y de asumir que tenemos herramientas para afrontar situaciones dolorosas implica el fortalecimiento de un sistema psicológico sano y es lo que nos permite superar en el futuro situaciones parecidas. Si vivimos con miedo al dolor éste nos vencerá, por lo que es muy importante enfrentarnos a él y luchar sin vivir condicionados por lo que pueda pasar. Además, en este caso, si ponemos en la balanza todo lo que nos va aportar compartir nuestra vida con un animal (porque ya lo hemos vivido y lo sabemos), tanto para él como para nosotros mismos, lo más sano y positivo sin duda será decidir apostar por ello y adoptar, superando nuestro miedo a sufrir.