Conocí personalmente al autor y a la víctima. Por aquel entonces, los dos formaban un matrimonio bien avenido. Él era un veterinario muy popular por su constante ayuda a los animales abandonados. Su mujer ejercía como auxiliar a su lado pero, desde hacía tiempo, arrastraba graves problemas de depresión. No se sentía a gusto con su cuerpo y estaba obsesionada con adelgazar.

Por aquel entonces, lo que nadie se imaginaba era que, meses más tarde, él se presentaría ante la policía para realizar una importante confesión. Relató ante los agentes como, una aciaga noche, él y su mujer prepararon el quirófano de su clínica veterinaria. Iban a realizar una delicada intervención quirúrgica. En esta ocasión, no se trataba de ningún animal. La paciente era ella misma. Habían decidido que él le realizaría una liposucción. Sin embargo, algo salió mal. Su mujer falleció en plena intervención.

Al darse cuenta del grave desenlace, el veterinario manifestó haber entrado en un estado de shock y confesó que, a partir de ese momento, sólo una idea comenzó a invadirle: ¿Cómo deshacerse de su cuerpo? Recordó entonces que, con cierta frecuencia, acudían a su clínica desde una incineradora de perros y gatos para recoger el cuerpo de los animales fallecidos -«¡Esa era la solución!»- pensó. Si conseguía hacer pasar el cuerpo de su mujer por el de un perro, el asunto quedaría resuelto para siempre. Pero claro, aún quedaba un detalle: ella ocupaba mucho más espacio. Así que, según contó, decidió dividir su cuerpo en varios trozos descuartizándola. Una vez terminada la macabra tarea, llamó a la empresa pidiendo la retirada y devolución de cenizas. Tan sólo una semana más tarde, ya estaban en su poder y emprendía viaje para esparcirlas por aquellos lugares de España donde habían sido felices juntos.

El caso es que, en realidad, ese podía haber sido el final de toda esta historia sino fuera porque sus hijos, al regresar de un viaje, le preguntaron por su madre y, al conocer lo ocurrido, le aconsejaron sensatamente que se entregara a la Policía.

Finalmente, hace sólo unos meses ha llegado a un acuerdo con la fiscalía a cambio de declararse culpable. Nunca sabremos, realmente, lo que esa noche ocurrió. No es posible realizar autopsia alguna. Sin embargo, esta trágica historia nos recuerda, una vez más, el poco control que existe sobre las incineradoras. No se sabe qué se incinera en las mismas ni, en muchos casos, de quién son las cenizas que nos devuelven. Un mayor control sobre las mismas es imprescindible. Mientras no se haga, no lo olviden, seguirá existiendo el crimen perfecto.