Desde que la vida se originó en nuestro planeta, los seres vivos estamos preparados para anticiparnos a los acontecimientos, reajustando nuestro cuerpo cada aproximadamente 24 horas siguiendo el ciclo luz-oscuridad natural, es decir, el día y la noche. Esta relación es esencial para el buen funcionamiento de nuestro organismo y es la que estudian desde el Departamento de Fisiología y el laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia.

Aunque llevamos varias décadas viendo cambios en el estilo de vida, la pandemia ha agravado estos síntomas. Pasamos más horas sentados y un tiempo excesivo tras las pantallas de móvil y ordenadores. Olvidamos desconectar y a esa atención hay que sumarle la luz de las pantallas que indica erróneamente a nuestro reloj que aún debemos permanecer activos.

«Nuestros ritmos biológicos funcionan como si fueran las notas de una partitura. Cada uno debe ir entrando en el momento adecuado para que escuchemos una bonita música, pero si por algún motivo los ritmos se desajustan, esa música se convierte en ruido», explica la investigadora de la UMU María Ángeles Rol de Lama. Este ruido se denomina cronodisrupción y se produce cuando nuestro orden temporal interno, es decir, nuestro reloj, se altera. Estos cambios se han asociado con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares y metabólicas, deterioro cognitivo o alteraciones del sueño entre otras patologías.

Pequeños cambios para ponernos en hora

Durante la crisis sanitaria, los “tiempos” que ajustan este reloj, como nuestra actividad social, nuestros horarios de alimentación o de sueño se están viendo alterados.

Entre las recomendaciones que nos ofrece esta experta de la UMU, nos recuerda que generalmente necesitamos dos horas de luz brillante durante el día para ajustar nuestro reloj. «Sin embargo, generalmente trabajamos en oficinas que no suelen estar bien iluminadas», concreta.

Por el contrario, durante la noche, ocurre a la inversa: tendemos a utilizar luces frías, como las luces azules que pueden emitir los dispositivos electrónicos y que ‘engañan’ a nuestro reloj, haciéndole creer que es de día y retrasan la elevación de nuestros niveles de melatonina, la denominada hormona de la oscuridad, que difunde la señal temporal del reloj al resto del organismo y favorece el sueño. En estos casos, es recomendable emplear luces lo más anaranjadas posibles y bajar su intensidad para evitar que los efectos sean tan intensos. Es decir, debemos preparar nuestro entorno para ayudarnos a conciliar el sueño.

También la pandemia ha minimizado el ‘jet lag social’. Este se produce cuando hay más de dos horas de diferencia entre el centro del sueño en los días de trabajo frente a los días libres. Con el toque de queda, especialmente en los más jóvenes, este jet lag ha disminuido, y también entre adultos que trabajan. Sin embargo, aunque hemos dormido más, nuestra calidad del sueño es peor. «Hemos cambiado nuestro entrar y salir y los contactos sociales por permanecer 24 horas conectados, comunicarnos a través de nuestros dispositivos hasta tarde», recuerda Rol de Lama, que responsabiliza a este tipo de ocio de contribuir a nuestras alteraciones.

Por último, para aquellos que continúan teletrabajando, la experta de la UMU recalca que «aunque tengamos un horario más flexible, debemos de seguir rutinas, por ejemplo, a la hora de las comidas», y ajustar así nuestro cuerpo. Lo mismo ocurre con el resto de hábitos que tenemos, con los que además debemos tender a una regularidad horaria, por ejemplo, a la hora de hacer deporte. Si decidimos ejercitarnos, debemos mantenerlo en las mismas horas, pues es una forma idónea de sincronizar nuestros relojes.

Hasta el extremo

Desde este equipo han analizado cómo se comporta el cuerpo en situaciones extremas que van más allá de un confinamiento. Uno de sus últimos estudios, en colaboración con la BBC, ha analizado el comportamiento de un voluntario durante 10 días en un búnker aislado del contacto externo y en situación de oscuridad total, y alteraciones de luz y oscuridad.

Esta investigación, ha proporcionado resultados de cómo varía la percepción del tiempo durante períodos largos, por ejemplo, a lo largo de un día. Esto ha permitido observar que, ante la falta de señales cíclicas, el voluntario retrasaba cada día su hora de acostarse, un efecto que fue prolongándose conforme avanzaban las jornadas y que pone de manifiesto nuestra tendencia interna a vivir días un poquito más largos (24,2 h) de las 24 horas.

Actualmente María de los Ángeles Rol de Lama recibe fondos del Ministerio de Ciencia Innovación y Universidades y de la Agencia Estatal de Investigación, de la Unión Europea, y del Ministerio de Economía y Competitividad, mediante el Instituto de Salud Carlos III, todos ellos cofinanciados con Fondos FEDER, así como de la Fundación Séneca.