El oso cavernario (3)

La supuesta inferioridad de la mujer es científicamente falsa

Esta creencia todavía está profundamente arraigada en la sociedad actual y nutre discursos políticos

La discriminación de las mujeres ha sido el mayor problema de desigualdad entre los seres humanos durante los últimos 5.000 años.

La discriminación de las mujeres ha sido el mayor problema de desigualdad entre los seres humanos durante los últimos 5.000 años. / Quang Nguyen vinh en Pixabay.

Alicia Domínguez y Eduardo Costas.

A lo largo de la historia se ha fabricado un relato ideológico, carente de rigor científico, según el cual las mujeres son biológicamente inferiores a los hombres: ha formado parte del discurso de algunas religiones y corrientes filosóficas y perdura hasta hoy en el argumentario de posiciones políticas que proponen no gastar en políticas sociales porque quienes reciben de sus madres malos genes están condenados al fracaso por más ayuda que les aporte el Estado.

Alicia Domínguez y Eduardo Costas (*)

Cada vez se acumulan más evidencias que sugieren que la discriminación de las mujeres ha sido el mayor problema de desigualdad entre los seres humanos durante los últimos 5.000 años. Es difícil saber qué argumentos se emplearon por primera vez para justificar esta discriminación, pero desde entonces millones de hombres han buscado pruebas de que las mujeres son inferiores, tanto intelectual como físicamente.

Todo indica que los primeros en practicar una discriminación masiva de las mujeres fueron los pueblos Yamnaya, de la cultura Kurgán. Ignoramos qué les llevó a convertir la desigualdad en lo normal y a convertir las actividades realizadas por los hombres en las más prestigiadas frente a la que hacían las mujeres, pero sus prácticas discriminatorias fueron tan extremas que aún hoy sus efectos siguen presentes en la estructura genética de la población europea.  No sería de extrañar que buena parte de sus construcciones mentales sobre la discriminación femenina también perduren en nosotros. A fin de cuentas, los Kurganes inventaron un único dios varón y todopoderoso.

Origen religioso

No podemos olvidar que buena parte de las tesis sobre la inferioridad femenina tienen su origen en la verdad revelada de las religiones monoteístas que ha pervivido durante milenios. Los ejemplos abundan: Eva, «la parte inferior de la primera pareja humana», a los ojos de San Agustín, sucumbió a la tentación del demonio y por su culpa, nos expulsaron del paraíso terrenal.

Con estas mimbres, no es de extrañar que en el Concilio de Mâcon (585), los obispos y demás delegados debatieran si las mujeres tenían alma (una de las posturas defendidas era que las mujeres podían ser equivalentes a animales como caballos). Siglos después, Tomás de Aquino mantenía que la mujer es un producto de la polución ambiental, un engendro monstruoso, un varón frenado en su desarrollo. Y la religión musulmana no va a la zaga, aún hoy. El Corán lo deja claro: «Los hombres están al cargo de las mujeres en virtud de la preferencia que Allah ha dado a unos sobre otras…»

También filosófico

Desafortunadamente, tampoco faltan filósofos que han argumentado en este sentido. Así, Friedrich Nietzsche consideraba que su madre y su hermana eran lo opuesto de la excelencia que él mismo encarnaba y aunque admitió que alguna mujer podía ser inteligente, a lo largo de toda su obra dejó el rastro de un pensamiento opuesto al feminismo, ya que «las mujeres son siempre menos civilizadas que los hombres: salvajes en lo más profundo de sus almas; viven en el estado como gatos en casa, siempre listas para saltar».

En este sentido, uno de los estudios más célebres fue el realizado por el reputado psicólogo americano Henry H. Goddard, quien estudió durante muchas generaciones la descendencia de Martin Kallikak, un héroe de la Guerra de Independencia de Estados Unidos. Publicó sus resultados en un libro titulado La familia Kallikak: Un estudio de la herencia de la debilidad mental.

Según cuenta Goddard, Martin Kallikak era un hombre virtuoso e inteligente. Se casó con una mujer cuáquera procedente de una buena familia de Nueva Inglaterra. Con ella tuvo varios hijos, también buenos e inteligentes, que de mayores ocuparon cargos importantes en la comunidad. Ellos le dieron muchos nietos y bisnietos, a cuál mejor. El matrimonio Kallikak fue el origen de cientos de descendientes buenos e inteligentes, los cuales pertenecieron siempre a las clases más altas de la sociedad de Nueva Inglaterra.

Se ha buscado incluso la excusa genética para argumentar falsamente la inferioridad de la mujer.

Se ha buscado incluso la excusa genética para argumentar falsamente la inferioridad de la mujer. / Hannah Popowski en Unplash.

Mujeres culpables

Pero, antes de su matrimonio con la cuáquera, Goddard cuenta que Martin Kallikak “tonteó con una moza de taberna corta de entendimiento”. De tales devaneos se originó otra saga de Kallikaks a los que Goddard siguió el rastro durante generaciones, comprobando que todos fueron maleantes y presidiarios y, en buena medida, “débiles mentales”.

Sutilmente, Goddard plantea un argumento claro: las mujeres tienen la culpa. A fin de cuentas, Martin Kallikak aportó la misma genética tanto a la cuáquera de buena familia como a la moza de taberna corta de entendimiento. La diferencia está en que la cuáquera aportó buenos genes a sus hijos, algo que no hizo la tabernera.

En su libro, Goddard argumentó que la causa del éxito o del fracaso de los descendientes de Martin Kallikak estaba en un solo gen: la “canalla débil mental” era producida por un gen recesivo. La cuáquera tenía el alelo bueno y por eso sus hijos fueron personas honorables y de éxito. Por el contrario, la moza tabernera tenía el alelo malo y lo transmitió a su numerosa descendencia, condenándolos sin remedio a la marginalidad y la delincuencia.

Cuento chino

El libro de Goddard, bien escrito y bastante ameno, se publicó en 1912 y tuvo un gran éxito. Durante décadas se estudió en facultades de Psicología y sirvió de base científica al pensamiento más reaccionario y conservador.

El único problema de su teoría es que todo en la familia Kallikak fue una invención —Hasta el propio apellido es una ingeniosa combinación de dos palabras griegas: belleza (kallos) y maldad (kakos)—. Lo único cierto, eran los prejuicios de Goddard.

Pero, por increíble que parezca, un siglo después, el tema de la familia cuáquera salió a relucir en los mítines y debates durante las campañas electorales de George Bush hijo y de Donald Trump. Y sigue siendo un tema recurrente en el movimiento del Tea Party.

La premisa está clara: reduzcamos impuestos y no gastemos en políticas sociales, pues, como demuestra la saga de los Kallikak, quienes reciben de sus madres malos genes —léase la población rural pobre del sur y noreste de USA— están condenados al fracaso por más ayuda que aporte el Estado.

También en España

 Aquí en España, el psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera, el Mengele español e inventor del ‘gen rojo’, trabajó durante décadas para demostrar la inferioridad de las mujeres.

En su intento, las describió como seres degenerados proclives a la delincuencia y a la criminalidad revolucionaria. Mantenía que las mujeres tienen muchas semejanzas con los animales y que, cuando se rompen sus frenos sociales, son crueles por faltarles inhibiciones inteligentes y lógicas. Además, tienen sentimientos patológicos.

La naturaleza animal de la psique femenina las dota de un marcado carácter sádico cuando las circunstancias políticas les permiten satisfacer sus apetencias sexuales latentes. Y la justificación de todo ello es biológica: a la mujer se le atrofia la inteligencia, ya que su misión en el mundo no es la de luchar por la vida, sino la de acunar a la descendencia de quien tiene que luchar por ella.

Argumentos falaces

Vallejo Nájera, como muchos otros científicos que traicionaron su condición, utilizó argumentos falaces para confirmar una teoría, la inferioridad de la mujer, puramente ideológica y, consecuentemente, acientífica.

Así se dedicó a acumular pruebas que lo confirmaban —es tristemente famoso el estudio que hizo con medio centenar de reclusas de la cárcel de Málaga sobre sexo y religión destinado a demostrar «la perversión» de la izquierda y de la mujer— y obvió las pruebas que no encajaban con su hipótesis.

Actuó al contrario de lo que exige el método científico: un trabajo extremadamente riguroso, con meticulosos estudios, análisis de pruebas, esbozo de hipótesis y aplicación de procedimientos (experimentales, estadísticos, matemáticos…) para intentar demostrar la certeza o falsedad de éstas.

La supuesta inferioridad de las mujeres es una hipótesis acientífica, puramente ideológica y, por lo tanto, falsa.

Pero así nos han medido siglo tras siglo…

 (*) Alicia Domínguez es doctora en Historia y escritora. Eduardo Costas es catedrático de Genética en la UCM y Académico Correspondiente de la Real Academia Nacional de Farmacia.

 

Referencias

Devlin, B; Fienberg, S E.; Resnick, D P.; Roeder, K (1997). Intelligence, Genes and Success: scientific Respond to the Bell Curve. Springer Science & Business Media.

Goddard, H. H. (original edition 1912; last edition 2008). The Kallikak family: A study in the heredity of feeble mindedness.New York: MacMillan.

Gould S. J. (1996) The mis measure of man. New York: Norton

Herrnstein, R J.; Murray, C (2010): Bell Curve: Intelligence and Class Structure in American Life. Simon and Schuster.

Siegel, E ( 2017). The Real Problem with C Murray and “the Bell Curve”Scientific American.

De Vera religione, San Agustín de Hipona

Psiquismo del Fanatismo marxista. Revista Semana Médica Española. San Sebastián, 8 de octubre de 1938, p. 172.

Los niños republicanos, Eduard Pons Prades (RBA, 2005)